Los trabajos son como la lotería de navidad. El premio gordo siempre cae a quienes se sientan en los consejos de administración, ocupan despachos de cien metros y vuelan en avión privado. Los segundos son para los altos ejecutivos de las empresas. Los terceros para los que ocupan gerencias y direcciones sectoriales. Los cuartos van a los mandos intermedios. Los quintos son para quienes tienen un empleo fijo con un salario digno.

¿Y la pedrea? La constituyen la avalancha de contratos temporales retribuidos con un salario miserable. No sirven para amortizar la hipoteca ni para comprarse un cochazo. Ni siquiera ayudan a tapar agujeros ni para repartir entre los hijos, por citar dos de las respuestas tópicas que dan los afortunados.

Contrariamente a lo que ocurre con la pedrea de la lotería navideña que controla la ministra María Jesús Montero, en el sorteo de la ministra Magdalena Valerio, el del trabajo, hay categorías. Unos, los que quedan moderadamente satisfechos, son casi siempre estudiantes que se ganan unos euros extra durante las vacaciones. Unos ingresos que ayudan a cursar sus carreras o animan momentos de ocio cuando regresan a las aulas.

También existe una pedrea negra. Es el empleo fraudulento. El contrato que se firma por unas pocas horas al día y que en la realidad se traduce en jornadas interminables propias de esclavos con remuneraciones de miseria porque "esto es lo que hay".

Algunos corazones no se dejan ablandar por el espíritu de la navidad. Esos solo entienden el palo de la inspección de trabajo.