Tras salir de fiesta, intentar no volver sola nunca a casa. De tener que ir sola, tener el número de la Policía ya marcado en el móvil y el dedo preparado para activar la llamada si hiciera falta. Ponerse las llaves entre los dedos. Pedirle al taxista que espere hasta que entres al portal. Enviar un mensaje a tus colegas para avisarles de que has llegado bien.

Muchas mujeres han hecho o siguen haciendo estos intentos de autoprotección, tan interiorizados y naturalizados que ni se comentaban. Hasta que hace dos años conocimos el caso de 'La Manada'. Hasta que arrancó #Cuéntalo y Twitter se llenó de testimonios de mujeres que han sufrido algún tipo de agresión sexual en algún momento de su vida.

La periodista Cristina Fallarás ha presentado ahora la compilación de estas narraciones en primera persona, historias que cuentan muchos abusos por parte de personas conocidas (la mayoría de agresiones que sufren las mujeres suceden en el entorno de conocidos), pero también en bares, discotecas y fiestas populares. Agresiones en la noche, que ahora comienzan a sacarse a la luz.

"Las fiestas son vistas como un paréntesis, como si todo estuviera permitido", explica Nina Parrón, directora insular de Igualdad del Consell, que lo equipara a lo que se narra en la película Madeinusa: un pueblo indígena de Perú en el que entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección todo está permitido. Nada es pecado. No hay ley. Y eso se traduce en numerosas y brutales violaciones a las mujeres del pueblo.

En la vida real, también parece que cuando se está de fiesta "se acepta que todo vale". Y el alcohol juega un importante papel en esa legitimización que socialmente se hace de las actitudes violentas y las agresiones sexuales: un 15% de los españoles considera que la víctima de violación tiene parte de la culpa "por haber perdido el control" si iba borracha.

El alcohol a ellas las culpabiliza, pero a ellos los exime: para la mitad de los hombres y el 46% de las mujeres "a menudo" la culpa de la violación es del alcohol (de una sustancia, no de quien la ha ingerido y ha cometido un delito).

Así lo refleja la primera encuesta de Percepción social de la violencia sexual del ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad de 2017.

"No es el alcohol: es el machismo", zanja Parrón, quien ha participado esta semana en Palma en el seminario sobre Libertad Sexual y Ocio Nocturno organizado entre la Universitat de les Illes Balears (UIB y la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), sesión que tuvo lugar pocos días después de conocerse la confirmación de la sentencia de 'La Manada': nueve años por abuso sexual continuado.

De nuevo, los jueces ratificaron ese delito, pero descartaron la agresión sexual argumentando que no hubo coacción. Dos de los cinco magistrados se pronunciaron en sentido contrario.

Agresiones machistas

El caso de 'La Manada' ha marcado en nuestro país un punto de inflexión en dos sentidos: a nivel de concienciación ciudadana ante las agresiones machistas en general (ahí está el #Cuéntalo) y en los entornos de ocio nocturno y fiestas populares en particular; y también a nivel judicial.

Así lo ve Nina Parrón y coincide con ella Eduard Ramon, catedrático de Derecho Penal de la UIB y coautor de un libro recientemente publicado que lleva precisamente ese título: La Manada: un antes y un después en la regulación de los delitos sexuales en España.

Ese título le sirvió también a Ramon para su intervención en el seminario de la UIB y la UOC.

Él es crítico con la sentencia. Considera que los hechos relatados por la víctima, a los que los jueces dan credibilidad, no se corresponde con la sentencia posterior ya que para el catedrático está claro (y las sentencias lo reconocen como hecho probado) que sí hubo coacción , aunque no se expresara verbalmente: "Si a mí por la noche me rodean cinco tipos y me piden la cartera, no hace falta que me amenacen expresamente con pegarme, es una actitud claramente intimidatoria, yo se la daría".

Ramon también critica y asegura no entender que los magistrados no aplicaran el máximo de condena posible que se contempla en el artículo 74 para un delito continuado de abusos (podrían haber sido entre diez y doce años) cuando los jueces reconocen la "inocultable gravedad intrínseca de los hechos".

El Gobierno (entonces aún era el de Mariano Rajoy) impulsó la creación de una comisión para revisar la regulación de los delitos sexuales, comisión que parece que eliminará la distinción entre agresión y abuso.

Desde el año 1989 ha habido seis reformas de los delitos sexuales, lo que según Josep Maria Tamarit, catedrático de Derecho Penal en la UOC, "podría hacernos pensar que no era necesario otra más". Pero Tamarit considera que "hay deficiencias" que en estos años no se han corregido y aspectos que merecen "un estudio más profundo, considerando también la legislación de otros Estados".

Para el director del programa de Criminología de la UOC "las últimas reformas se han hecho sobre todo desde una idea tan obsesiva como falsa: la solución pasa por incrementar las penas y actualmente las que recoge el Código Penal español son muchos más elevadas que en la mayoría de países de nuestro entorno".

Para Tamarit parte principal de la lucha contra las agresiones sexuales es que la mayoría no se denuncian. Los estudios estiman que como mucho se denuncia una de cada diez. ¿Por qué? Las víctimas "han de pasar diversas barreras: de carácter personal, interpersonal (muchos delitos son cometidos por personas cercanas) y de carácter social o institucional".

En este sentido, el experto admite que muchas mujeres sufren una "doble victimización" en los entornos judiciales por falta de formación y sensibilización: "Toca conocer el impacto de los delitos sexuales en las víctimas y cómo dar respuesta a sus necesidades y derechos".

En el caso concreto de los atentados contra la libertad sexual en las fiestas patronales y el ocio nocturno, Tamarit cree que el consumo excesivo de alcohol es un "factor de riesgo" (no el único: menciona también la oportunidad, la masificación, el contacto, la iluminación y el uso de vehículos).

"En las víctimas produce otros efectos que la ponen en situación de indefensión, como la dificultad o incapacidad de recordar, un gran obstáculo a la hora de tomar conciencia del abuso y para probarlo", señala el catedrático, quien subraya que también provoca que "la determinación y el alcance del consentimiento sea problemático".

Una de las principales conclusiones a las que llegaron los expertos en el seminario sobre ocio nocturno y libertad sexual es que la formación de los trabajadores de bares y discotecas (gerentes, camareros, responsables de seguridad...) es clave.

Y en este sentido cabe destacar que Palma es una de las cuatro ciudades europeas implicadas en un proyecto piloto de la Unión Europea: Stop-Sexual Violence.

Formar a los trabajadores

El proyecto implica a cuatro países y ahora está en fase de conclusión tras tres años de trabajo. En Palma, lo ha impulsado el Instituto Europeo de Estudios en prevención (Irefrea), en colaboración con CAEB; la Asociación Balear de Ocio Nocturno y Entretenimiento (ABONE); y la Federación Empresarial Hotelera de Mallorca (FEHM).

Trabajadores de estas entidades han recibido esta formación, en la que se les ha enseñado a identificar qué es la violencia sexual y cómo reaccionar: "Es especialmente importante el trabajo en red, tanto dentro del local entre los trabajadores, como fuera, entre los trabajadores de salud, los policías...", explica Montse Juan, coordinadora de programas en Irefrea.

A los trabajadores que han pasado por estas seis horas de formación (18 en Balears) se les hicieron varias preguntas cuyos resultados muestran hasta qué punto es habitual la violencia sexual en el ocio nocturno: el 80% de las trabajadoras de bares nocturnas y discotecas que participaron en la formación dijeron haberla sufrido, en horas de trabajo y/o saliendo de fiesta. El 20% de los participantes dijo haber visto "a una mujer que parecía incómoda rodeada por un grupo de hombres".

La evaluación del proyecto es buena. Tras los talleres, los trabajadores se mostraron mucho más de acuerdo con frases como que "el consentimiento puede retirarse en cualquier momento"; que la culpa "nunca es de la víctima" y que ellos "pueden hacer algo" para frenar la violencia sexual.

El camino ya está iniciado pero, como señala Parrón, queda mucho que caminar.