El caso Cursach ha sido un desafío judicial desde el principio. Un festival de presiones, acusaciones, coacciones e incluso agresiones difícil de gestionar.

El juez Florit, con el aval de la Fiscalía Anticorrupción, ha dado estos días la última vuelta de tuerca al tema al decidir averiguar el origen de determinadas filtraciones por la vía rápida: requisando el móvil de dos periodistas para hurgar en ellos hasta localizar los nombres que le interesan.

Como es sabido que el secreto profesional es un derecho de los periodistas (y por tanto de los ciudadanos, a los que les debemos una información veraz y libre), el juez ni ha intentando preguntar a Kiko Mestre y a Blanca Pou por sus fuentes. Son sagradas y Florit lo sabe. Pero es que por lo visto ha decidido que no hacía falta tomarse esa molestia: ¿Para qué, si en sus respectivos móviles está esa información? Se requisan y listos. Mira tú que rápido se traspasan en este caso las fronteras establecidas por esa Constitución cuya firma celebramos hace una semana. Cabe recordar además que en ese móvil no solo figuran (o no) esos nombres que quiere averiguar Florit a toda costa: hay mucha más información sensible (profesional y personal) a la que ahora muchos ojos tienen acceso.

La situación de indefensión de nuestros compañeros es, como han señalado abogados y magistrados, "patente"; una indefensión que se hace extensible a todo el periodismo y a todas las fuentes del país y por tanto a todos los ciudadanos (insistimos: lo sucedido no es 'una cosa de periodistas', no es que nos quiten un privilegio a nosotros: es a usted lector al que se le quiere sustraer un derecho fundamental).

Florit ha abierto un atajo goloso para otros jueces, con el beneplácito de la Fiscal General del Estado, por mucho que ésta asegure que "jueces y fiscales velan por el secreto profesional de los periodistas": una cosa es lo que se hace y otra es lo que se hace y se deja hacer.

Este atentado contra el secreto profesional es solo una pequeñísima tuerca más del gigantesco toro mecánico en que se ha convertido el caso Cursach, que las defensas tratan de desmontar tirando de todos los hilos posibles (como es lógico), anhelando una anulación de toda la causa, opción que ahora no parece tan inverosímil.

La justicia, que no pasa precisamente por su mejor momento de imagen en nuestro país, se la juega de nuevo en esta plaza, en la que de momento es el periodismo quien ha salido herido.