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Lletra menuda

La resignación obligada tras las inundaciones en Sant Llorenç

No queda más remedio que convivir con una realidad que no puede desembocar en el inmovilismo y el olvido

Voluntarios preparan un cartel de agradecimiento con flores. m.mielniezuk

Que te encuentres con un palmo y medio de agua en toda la casa es un auténtico desastre, pero si este es el obsequio que te deja una gran torrentada, significa la fortuna. Que coches a la deriva taponen puertas y ventanas es el caos, pero si ello impide la inundación masiva, supone la salvación. Estar cerca de una mesa camilla a la que poder subirte para seguir respirando cuando el agua te llega al cuello es un milagro capaz de domesticar a cualquier incrédulo. Son escenas reales vividas en carne y hueso.

Todo es relativo. Debe interpretarse en función del lugar y las circunstancias, sobre todo cuando éstas son extraordinarias, anárquicas y trágicas. Sant Llorenç y Son Carrió han sido privados del sentido de la rutina y la normalidad. Dos poblaciones y un único municipio quedan enfangados en el sobresalto del protagonismo estatal y los focos nunca deseados, con charcos inferiores de anormalidad en todo el Llevant. La inmensa torrentada también ha destapado y puesto a prueba muchas cosas. Buenas y malas.

Transcurrido un mes de un ensayo de apocalipsis que, salvo sorpresas mayores, se ha cobrado trece vidas, la perspectiva alcanza un horizonte más sereno, dibuja mayor claridad y confirma que la resignación es inteligente y obligada, sin mayor margen de maniobra. Hay que sobrevivir.

Que nadie caiga en el atrevimiento de ir a teorizar a Sant Llorenç sobre cambio climático, deforestación, abandono de la agricultura, infraestructuras de ocasión o protocolos encorsetados y autocomplacientes. Mejor acercarse a los granots para aprender, admirar y respetar, ahora que ya se sabe que volverá a ocurrir. Solo falta adivinar cuándo. Para ello, no confien tampoco en la Aemet. Su tiempo está en los mapas, las pantallas de plasma, pasa por Barcelona y lleva horas de retraso, el clima real se ceba sobre Sant Llorenç. Ha sido el error cometido por la impasible Catalina Cladera, a la que no motiva el rayo de la premura y el paraguas de la constante presencia de la presidenta Armengol en el Llevant apenas sirve de resguardo.

Balears también necesita un REB para la gestión competente de desastres naturales. Sus autoridades no pueden declinar esta responsabilidad en una sociedad capaz de reaccionar de inmediato y que sigue mostrándose generosa y solidaria. Es el momento de destapar las cartas y arrinconar el opaco juego político sobre la presencia en Mallorca de una muy profesional, efectiva y poco marcial Unidad Militar de Emergencias. Supondremos que Més ha entendido la dimensión del asunto y que el PP se hace cargo de la inconveniencia de hacer leña estéril con el arrastre de la gran torrentada. Nadie está en condiciones de tirar una sola piedra más sobre los escombros de Sant Llorenç. Trece muertos son demasiados. Queda pendiente una revisión de errores. Y la lluvia caerá en las mismas condiciones.

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