Admitámoslo. En una isla desbordada por los coches, la ocupación residencial, el urbanismo vacilante y la maleza del abandono agrícola, los torrentes han tardado demasiado tiempo en rebelarse y correr igual suerte.
No, no aplaudimos la desgracia ni nos alegramos del desastre, pero tampoco podemos precipitarnos sobre el vertido del hecho puntual y el infortunio perdido en el mar de la irresponsabilidad y el olvido. Simplemente, intentamos asimilar la realidad con la resignación de saber que no hay marcha atrás y el convencimiento de que este es el mejor modo de afrontar las cosas y convivir con la meteorología anárquica del Mediterráneo aliada ahora con el confort de quien cree que todo lo puede y controla. Hasta que se desborda el torrente.
Las inundaciones han dejado de ser un hecho puntual en una Mallorca que se creía en estío y bonanza permanente manteniendo el dominio liquido de la naturaleza en historias archivadas. El presente es igual de duro. Ningún comportamiento o previsión, sea pública o privado, puede dejar de tenerlo en cuenta. Ya que no podemos educar ni domesticar nubes y torrentes, deberemos entrenarnos para enfrentarnos o resguardarnos de ellos, sus caprichos y sus imposiciones. El cambio climático impone modificaciones en el comportamiento humano y en los medios que usa. Este es el cauce a seguir para el equilibrio .