"Esto es como en la serie Bones. Ahora nosotros venimos al lugar de los hechos y estudiamos qué ocurrió". Habla Miquel Grimalt, director del departamento de Geografía de la UIB y miembro del grupo de Clima y Riesgos Naturales de la misma Universitat del que también forman parte Joan Bauzà, M. Consolació Genovart y Joan Rosselló, además de Hugo Capellà, Antoni Mas, Gabriel Alomar, Joan Caldentey y otros colaboradores.

La cita es en un "punto crítico" del torrente de es Revolt, en la entrada de Artà, que la tormenta mortal de la pasada semana desbordó llevándose coches, piedras, árboles y todo lo que encontró por delantedesbordó llevándose coches, piedras, árboles y todo lo que encontró por delante. El grupo que lidera Grimalt tiene prisa por diseccionar el lecho antes de que nuevas precipitaciones -mañana se espera un nuevo frente- borren las 'pruebas'.

Quieren determinar la magnitud de la riada, calculando la velocidad del agua y la altura que llegó a coger, entre otros datos, para ponerlo negro sobre blanco en un estudio. El torrente, que desemboca en Canyamel, apenas roza el núcleo urbano del pueblo, por lo que los daños fueron menores que en Sant Llorenç. Pese a todo, el municipio se apuntó tres de las doce víctimas mortalestres de las doce víctimas mortales confirmadas que provocó aquella catástrofe natural.

"Aquí, a diferencia de en Sant Llorenç, la tormenta provocó lo que se conoce como una riada de colapso. Una tipología terrible porque el agua pasa de golpe en muy poco tiempo, llevándose todo por delante", explica Grimalt, acompañado por Bauzà para hacer cálculos sobre el terreno.

El lecho está completamente desfigurado. Árboles, vegetación y enormes piedras fueron desplazadas por la fuerza de la corriente. Incluido parte del armazón de hierro de un puente.

Primeros cálculos

Los dos expertos pasan un cable de un lado a otro del torrente a la altura de algunos restos de vegetación arrasada por el agua para determinar la profundidad que llegó a tener la corriente: 2,65 metros en un lecho que, como consecuencia de la violencia del agua, se ensanchó hasta los 26 metros, arrasando los huertos que crecían en uno de los márgenes.

También saben a qué velocidad movió el agua una piedra de tamaño medio anclada en medio del cauce. "Fue a una velocidad de más de cuatro metros por segundo, unos quince kilómetros por hora. Cuando va caminando no suele ir a más de cinco kilómetros por hora", detalla Grimalt.

"En Mallorca tenemos una de estas cada 30 años aproximadamente. Sabemos que hubo una de esta magnitud en Palma en 1962. La de 1989 en el Llevant y Migorn, y ahora esta. Son fenómenos propios del clima mediterráneo, no del cambio climático. ¿Que estas riadas las vamos a sufrir cada 29 años en lugar de cada 30? Eso sí puede ser por el cambio climático, pero Mallorca siempre ha sufrido estas tormentas. Dando la culpa de todo al calentamiento global las administraciones esquivan su responsabilidad y las reparten entre todos. En todo caso, que quede claro que no niego el cambio climático", subraya Grimalt.

"Los mallorquines no hemos respetado los torrentes", lamenta el geógrafo, al tiempo que previene contra soluciones milagrosas en previsión de que suceda un desastre similar: "La seguridad total no podrá existir nunca. Asegurar que las carreteras y pueblos de Mallorca vayan a tener algún día unas infraestructuras blindadas contra el agua supondría una inversión y un trabajo brutal, además de un impacto medioambiental bestial. Es inviable".

600 metros cúbicos por segundo

El grupo también ha estudiado el torrente que causó estragos en Sant Llorenç y Son Carrió: alcanzó un caudal máximo indicativo de 600 metros cúbicos por segundo. "No existen precedentes. En la riada de 1989 el mismo torrente llevó alrededor de 250 metros cúbicos por segundo", recuerda este experto.