Es correcto afirmar que el niño Arthur Robinson Lliteras ha muerto hoy. La desaparición de su cuerpo evitaba enfrentarse de cara a la tragedia de Sant Llorenç en toda su magnitud. La esperanza depositada en la dilación. Una persona de cinco años de edad es la víctima número trece del diluvio. El Derecho anglosajón los llama "actos de Dios", hay que ver cómo las gasta. La misa vespertina es una buena oportunidad para preguntarle al obispo Sebastià Taltavull, que no ha faltado ni un día a su cita con los afectados, por las extrañas maneras en que su Jefe manifiesta su poder supremo.

Trece muertos. O doce muertos y Arthur, para quienes mantengan la querencia supersticiosa en medio de la tragedia. Son demasiados cadáveres, una cifra desproporcionada de muertos en relación a las explicaciones que se han brindado. La semana de búsqueda exhaustiva del niño símbolo también contiene la reclamación de un discurso sencillo, que aclare lo ocurrido desde las primeras horas de la tarde del martes nueve de octubre de 2018. Una fecha enfangada en el horror, salpicada también por el error.

Arthur estaba enterrado en el mismo lugar donde probablemente falleció. Puede hablarse de una exhumación para lograr el closure psicológico, el cierre del duelo. En un atentado como el 11S, esta reconciliación de los afectados con su experiencia se obtiene con la desaparición del culpable, véase la ejecución de Osama Bin Laden. En un "acto de Dios", solo cabe la aceptación de buscar refugio ante el próximo ataque sin enemigo.

Trece muertos exigen un discurso articulado, que hoy sigue faltando. Arthur emerge el día de los funerales católicos celebrados en un municipio que no ha sido afectado por la catástrofe, un dato que ha generado descontento en Sant Llorenç. El niño de cinco años interpela a todos los congregados en el rito religioso. Se necesita mucha fe para asumir tanta resignación.

Un niño de cinco años cierra la contabilidad fatal. Arthur muere definitivamente el mismo día en que se ha publicado su foto. No he mirado esa imagen, porque prefiero que Arthur sea todos los niños de todas las edades, la imagen de la fragilidad humana en su conjunto. Sin embargo, respeto a los miles de personas que han contemplado la sonrisa del chaval, como si fuera un nuevo Hijo sacrificado por decisión imperativa del Padre. Extiendo mi comprensión a los otros miles de lectores que se han concentrado en el retrato hasta lo indecente, para cargar luego hipócritamente contra la prensa. Los periódicos siempre han constituido una excelente distracción de las culpas políticas.

Los trece muertos reclaman respuestas. No solo Arthur. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Mallorca no se inmutó mientras eran inmolados en un altar de barro. La isla tiene derecho a preguntar.