Seis días después de la tragedia de Llevant, ayer pudo comprobarse que la escuela no es solo un lugar donde aprender matemáticas y ciencias y que los profesores no se dedican sólo a enseñar contenidos. La prioridad ahora no es lectiva: los docentes, acompañados de psicólogos especializados, se centran en arropar a estos niños y jóvenes; fomentar que se expresen; detectar y trabajar con los que lo están pasando peor y tratar de atajar el desarrollo de futuras fobias o miedos.

Algunos estudiantes de zonas como Artà sí fueron a clase ya el jueves, pero los 1.500 alumnos de los colegios de Sant Llorenç (Mestre Guillem Galmés, Sant Miquel y Punta de n'Amer) y de s'Illot (Talaiot) no se incorporaron hasta ayer, coincidiendo con la puesta en marcha del plan de apoyo psicológico y emocional coordinado por Marta Escoda, directora del Institut per a la Convivència i l'Èxit Educatiu (Convivèxit) de la conselleria de Educación.

"Lo tienen que entender y es bueno y sano que expresen lo que sienten", señaló desde Sant Llorenç Escoda, quien recordó que también se darán charlas para padres y docentes y que se ha reforzado el plan de policías tutores en la zona con apoyo de otros policías de la comarca del Llevant.

"Puede haber situaciones de trauma, incluso con los niños que no lo han sufrido pero lo han visto por la televisión, los niños son más vulnerables", razonó la directora de Convivèxit: "Hay que dar nombre a esas sensaciones que están viviendo, lo más importante es hablarlo de forma natural para que lo interioricen y después seguir avanzando".

El grupo de intervención psicológica en Emergencias, Crisis y Catástrofes estuvo presente ayer en varios centros de la zona, incluyendo el Colegio Pureza de María, de Manacor, al que asistía Arthur, el menor aún desaparecido.

La psicóloga Sara Browne estuvo en el centro de Son Carrió, donde se encontró a unos niños "bastante tranquilos y con ganas de volver al colegio". Allí aconsejó al equipo docente aplicar dinámicas para que los niños expresen lo que sienten, por ejemplo mediante dibujos, y así poder percibir "lo que dicen y también lo que no dicen". Browne razonó que algunos menores "están bloqueados" y requerían más intervención.

Las reacciones son muy dispares. En Artà por ejemplo hubo más lágrimas: "Hay un efecto contagio de sentimientos", explicó Browne. Otros niños, añadió, no son muy conscientes de lo que ha pasado ya que hay un sentimiento de "desrealización" y narran lo sucedido como si fuera una película.

La tragedia también puede manifestarse en los más pequeños acentuando miedos que ya tenían, como a la oscuridad, o propiciando que aparezcan nuevos en el futuro, como temor a ir en coche. En estos casos, la psicóloga recomienda no evitar la situación, no dejar de ir en coche, por ejemplo.

Otro posible efecto en los jóvenes es la aparición de sentimientos de culpa (por ejemplo porque ese día justo habían discutido con su madre) o de vergüenza (por recibir ayuda). Por eso, insistió la psicóloga, es necesaria la "ventilación emocional" para racionalizar lo sucedido.

Respecto a la situación en el colegio de Arthur, Browne consideró que es necesaria una atención más invidualizada con cada niño, sobre todo con los amigos más cercanos del pequeño.