En el tránsito de los sentimientos a la razón que sucede a toda catástrofe, empiezan a surgir preguntas sobre la tímida "alerta amarilla" que reinaba en la tarde del pasado martes en Mallorca. Algunos recordarán que se registraron las mayores precipitaciones históricas, la concentración de lluvia más elevada según los registros, y unas inundaciones referenciadas por una docena de muertos. Los escépticos más recalcitrantes tampoco se conforman con la declaración tardía de una "alerta naranja". Los ciudadanos se han vuelto insaciables en las reivindicaciones que pagan, y no faltarán insolentes que se pregunten retóricos cuántos cadáveres se necesitan para activar la "alerta roja".

Si ha de servir para tranquilizar a la población, recordaremos que la "alerta roja" se declaró a las diez de la noche. Para entonces, el diluvio había concluido y por fortuna no se reproduciría. A esa hora aciaga, todas las víctimas habían muerto. Desde la profanidad, cuesta creer que no hubiera indicios de alarma mientras se derrumbaban los cielos, y que los riesgos se prodigaran en cuanto la tragedia había bajado el telón.

Siempre en vanguardia, Mallorca ha inventado la alerta roja post mórtem, tan poco útil que se rebajó a amarilla unas pocas horas después y de nuevo sin cambios apreciables para un observador ignorante. Aparte de que la desactivación se produjo a falta de localizar los numerosos cadáveres pendientes. No se necesitan expertos acreditados para lanzar las campanas científicas al vuelo con una docena de muertos y un pueblo arrasado. Hasta un político se halla a la altura de dicho cometido.

Minusvalorar un peligro es un error al alcance de todos los profesionales, que por suerte no trabajamos en la frontera entre vida y muerte. Lo sospechoso consiste en desenterrar una alerta roja extemporánea, que ya solo tendría utilidad para protegerse a efectos burocráticos. Personas no versadas en las sinuosidades meteorológicas podían llegar a pensar en la gigantesca niebla mortífera que cubrió Londres en diciembre de 1952. En la serie The Crown se observa a los responsables de la predicción adoptando medidas con el solo objetivo de "cubrirnos las espaldas".

Las víctimas mortales del diluvio de Sant Llorenç son inasumibles. La isla no reconoció su locura urbanística ni enarbolando una tímida bandera roja en plena devastación. No se trata de destituir a los responsables, sino de colocarlos en sitios donde hagan menos daño.