El axioma de que todo lo que sube baja es tan tonto como cierto. Las Balears lanzaron antes que nadie las campanas al vuelo por la salida de la crisis desatada hace una década. Las islas comenzaron a recuperar turistas, y lo que aún es más importante, precios de los hoteles cuando otras comunidades todavía andaban sumidas en la depresión. El dinero entró a espuertas en los bolsillos de los empresarios.

Los pisos vacíos a la espera de mejores tiempos y la casa abandonada de la abuela se dedicaron al alquiler turístico. Unos ingresos inesperados llegaron a manos de personas que jamás imaginaron que entrarían en el negocio de las vacaciones. Con euros frescos y turistas liberados del todo incluido, aumentaron las ventas del comercio y de los restaurantes.

El mercado inmobiliario, atónito desde el estallido de la burbuja, recuperó los precios. La demanda de los ciudadanos nórdicos propició que las transacciones se cerraran a velocidad de vértigo. Volvió a abrirse una agencia en cada esquina. El sector de la construcción, que había padecido un brutal bajón de la actividad, buscaba desesperadamente albañiles, fontaneros, electricistas, carpinteros y pintores. Regresó la odisea de encontrar un profesional para una chapuza en casa. Todos andaban metidos en grandes proyectos.

Este año se ha acabado la orgía. La fiesta continúa, pero el desenfreno que se produjo entre 2015 y 2017 es historia. Los empresarios y el catedrático de economía aplicada consultados en la información explican varias razones lógicas. El fuerte aumento de los gastos relacionados con la vivienda, desde el alquiler hasta la electricidad, ha reducido el dinero en manos de los particulares. Los salarios siguen siendo bajos pese a algunas alzas acordadas en los convenios. Es lógico, además, que el crecimiento económico entre en fases mesetarias, que no significan declive. Todo el mundo, incluso el más conspicuo de los consumidores, necesita tomarse un respiro de vez en cuando.

Existen, en mi opinión, otras razones para la moderación del consumo. Están relacionadas con factores extraeconómicos y no siempre fáciles de identificar.

El primero sería la inestabilidad política española. Cataluña, un Gobierno débil y la incertidumbre sobre cuándo se celebrarán elecciones no transmiten alegría al mundo del dinero.

El segundo factor de duda es el Brexit. No sabemos cómo será la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Si fuese un divorcio traumático, puede producirse una reacción de desconfianza entre los ciudadanos británicos, que considerarían más adecuado aferrarse a sus islas antes de optar por unas vacaciones en el extranjero.

El tercer factor añadido es que nadie es buen mallorquín si no ve la botella medio vacía.