La naturaleza exhibe cíclicamente su poder indomable. Un terremoto, un tifón o una erupción volcánica destrozan de un plumazo la obra del hombre. Cuando se desata la fuerza del agua, del aire o de la tierra solo existe una receta para paliar sus efectos: prevenir.

El humano es engreído y obvia o menosprecia la ira de los elementos. Si fuéramos respetuosos y menos codiciosos, jamás se hubiera construido un hotel sobre el cauce de un torrente de Portocolom. Así se hubiera evitado la muerte de tres personas el nefasto 6 de septiembre de 1989, cuando toda el agua del cielo cayó sobre el Llevant.

Si políticos, técnicos y ciudadanos saludásemos con respeto a la Madre Tierra antes de transformarla, no existirían centrales nucleares en lugares de riesgo sísmico ni ciudades a la sombra de un volcán.

Una amenaza se renueva cada año en torno al mes de septiembre en Mallorca. Es la gota fría. Nace del encontronazo del aire helado del norte con el agua caliente del Mediterráneo. Cuando la furia de la naturaleza se desata solo queda aguantar el chaparrón. Si se ha actuado preventivamente se pueden paliar, nunca eliminar, sus efectos. La limpieza de torrentes es una tarea básica.

El Govern asegura que se ha actuado en 80 kilómetros de cauce, el doble que el año pasado, y acusa al PP de dejar perder el dinero que enviaba Zapatero. Los populares fueron temerarios y, sin embargo, la izquierda no tiene garantizado el éxito porque la naturaleza siempre puede doblegar al hombre. Y, sin embargo, hay que perseverar en la prevención.