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Opinión

Sondeo

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El episodio entre surrealista y tremendo de la columna anónima publicada en el New York Times acerca del sabotaje interno de la Casa Blanca al presidente Trump ha elevado hasta los altares el valor de un artículo de opinión. En especial si es anónimo el que lo escribe. A la vez, ese terremoto de la prensa norteamericana lleva a plantearse cuestiones éticas y, lo que me parece mucho más importante, dudas acerca de la separación estricta, autoimpuesta por el rotativo neoyorquino, entre información y opinión.

El sondeo que publica hoy el Diario de Mallorca en estas páginas no es comparable ni por asomo al pulso entre Trump, sus supuestos colaboradores y el New York Times. Pero permite dar paso a lo que podríamos llamar filosofía periodística, con una pregunta por medio. Un sondeo, incluso procedente del Centro de Investigaciones Sociológicas, acerca de la intención de voto cuando el propio presidente Sánchez dice todos los días de la semana que no quiere convocar las elecciones que sugirió en su momento que iban a ser la salida natural de la moción de censura, ¿qué es? ¿Información? ¿Opinión? ¿Literatura de hadas y gnomos? ¿Guión para uso de estudiantes de los fenómenos paranormales?

Apuesto por esto último. Como recuerda Matías Vallés, hace apenas cuatro meses el PSOE era el cuarto partido en intención de voto en el archipiélago. Ahora es el primero de todos y el cabeza de la lista anterior, el Partido Popular, desciende hasta el tercer lugar. Ni que decir tiene que los programas, estrategias, proyectos y componendas de todos los partidos apenas han cambiado. La única diferencia que hay es el triunfo tan meritorio como sorprendente de la moción de censura presentada por Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy. En semejantes condiciones, hacer cualquier tipo de análisis con pretensión siquiera remota de ser verosímil en términos de sociología política o, si se prefiere, de comportamiento electoral es inútil. Las explicaciones necesarias para razonar ese mundo al revés en poco más de un trimestre procederían más bien de la psicología, y quizá de la psicopatología. Porque o bien nos tomamos el sondeo a título de obra literaria o se tiene que hacer encaje de bolillos para que cuadre un giro tan brusco en las preferencias de los votantes.

Siendo así, e imaginando que las elecciones tengan lugar bien entrado el año que viene „ya sea por las dificultades para aprobar un nuevo presupuesto, por cansancio del presidente Sánchez o porque la situación catalana estalle„ ¿quién se atreve a adelantar un resultado coherente? O, mejor dicho, ¿qué posibilidades hay de acertar en esa especie de veleta en movimiento que parece ser la intención de voto? Cualquier pronóstico parece no ya aventurado sino absurdo por completo. Si la altura del voto se mide en términos de análisis racional de las alternativas de los programas, el nuestro está en el subsuelo.

Y siendo así, ¿qué valor tiene la opinión sobre lo inasequible? Lo han acertado: ninguno. Una columna puede dar paso al mayor cataclismo político en los Estados Unidos pero estamos hablando de algo muy diferente porque allí no se producen esos vuelcos instantáneos y fugaces en el voto. Pero opinar aquí y ahora acerca del sondeo del CIS sólo tendría, a mi entender, una postura coherente. La de plantearse para que gastamos el dinero público en ese tipo de encuestas.

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