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Opinión

Elegir la muerte

Elegir la muerte

Se llama testamento vital pero no es testamento alguno, sino el clavo ardiendo al que se agarra quien elige morir de una manera digna y teme que no le dejen hacerlo. Confía, pues, que presentando ese oficio en la conselleria de Salut —dentro de poco podrá hacerlo en un hospital también— logrará que, llegado el momento, los médicos que le traten no prolonguen de forma artificial su vida ni le sometan a una agonía tan angustiosa como inútil. Habida cuenta de que los pioneros en dar un trato humano a los moribundos, como es el caso del doctor Montes —expulsado por el infame y al cabo corrupto Luis Lamela, consejero de triste memoria del gobierno de Esperanza Aguirre—, fueron perseguidos por eso mismo, el documento de voluntades anticipadas parece la solución mejor. Pero cosa bien distinta es que el papel sirva para lo que dice que sirve. Porque la pregunta es muy sencilla: ¿cómo sabe quien le atiende en el lecho de muerte que tiene usted un testamento vital, es decir, que lo ha depositado en la conselleria, en alguno de los hospitales del archipiélago o, ya que estamos, en cualquier otro rincón sanitario de España? Salvo que el enfermo conserve la consciencia necesaria para decirlo, no existe ningún registro central al que puedan acudir los médicos cuando atienden los últimos pasos de la vida. Sin ese requisito, estamos hablando casi de papel mojado.

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