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Opinión

Quitarse el muerto de encima

Quitarse el muerto de encima

Los ritos funerarios se han reducido sustancialmente en la sociedad actual. La muerte era antiguamente un asunto de familia. Hoy se ha dejado en manos del hospital y la funeraria.

Tras el fallecimiento, el finado era velado en casa por toda la parentela. Vecinos, amigos y conocidos también acudían a acompañar a los dolientes. La noche podía hacerse muy larga.

El segundo paso era el funeral. De cuerpo presente, por supuesto. Durante siglos existían categorías que se plasmaban en las casullas, capas pluviales y dalmáticas que vestían los sacerdotes, la cera quemada y las carrozas usadas en los traslados. Una sobria comitiva acompañaba el cadáver hasta el cementerio.

En el caso de Palma, el cortejo se deshacía en ses Quatre Campaner. Las casas se limpiaban y blanqueaban de arriba abajo. En este momento comenzaba un largo periodo de luto. Toda la familia vestía de negro. El tiempo dependía del grado de parentesco, dos años en el más directo, y después se aliviaba con la introducción del blanco y el gris.

La publicidad nos inunda de color y ritmo. La búsqueda de la vida siempre alegre que nos vende la sociedad actual resulta incompatible con esos largos rituales. Los tiempos se acortan. El difunto desaparece en cuanto llega la funeraria. Se inhuma o incinera a las 24 horas.

En este ambiente resulta inconcebible que los difuntos retornen a los templos, aunque el Govern lo autorice. La diócesis no está por la labor. Los mallorquines somos cada día más incrédulos y, además, pasamos de puntillas sobre la muerte. Y, sin embargo, los psicólogos afirman que los duelos pasan por cinco fases: negación, ira, negociación o posibilidad de evitar el drama, depresión y aceptación. La velocidad actual del proceso es incompatible con nuestra necesidad más íntima.

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