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Opinión

En el aeropuerto

En el aeropuerto

Cada verano en Son Sant Joan es como el Día de la Marmota. Año tras año hablamos de lo mismo: de las colas, de los agobios, de los retrasos, de las esperas interminables, de los vuelos anulados, del desinterés de las compañías por el destino de los pasajeros abandonados a su suerte. Como el Día de la Marmota pero sin Bill Murray, ni falta que hace.

Tampoco cambian demasiado las razones de esa sinrazón permanente, con el ánimo de lucro de las compañías llamadas de ´low cost´ que ha contagiado al sector entero. La huelga de los pilotos de Ryanair es, en esta ocasión, el desencadenante de buena parte de los problemas pero el dueño de la compañía ha dejado muy claro cómo están las cosas: aceptar las reivindicaciones de sus empleados llevaría a que la empresa, con su fórmula peculiar, no fuese ya rentable. A lo mejor a eso vamos si el Financial Times tiene razón y los tiempos de volar a un coste que convierte en caro el taxi y en prohibitivo el aparcamiento del aeropuerto van a acabarse. Lo que nadie sabe es cómo será el mundo del transporte aéreo cuando haya que pagar por un servicio más humano. Ni cuáles son las compañías que sobrevivirán a la sacudida que se avecina. Desde luego, no parece que vayan a ser las que, hoy por hoy, se llevan la parte del león en número de pasajeros y la de la hiena en la forma como los tratan.

¿Pueden éstos, los pasajeros, obtener compensaciones cuando les dejan en tierra o les dicen esa frase tan socorrida en el costumbrismo patrio del "que Dios le ampare"? En teoría, sí. Incluso creo recordar que Aena pone en los aeropuertos unos carteles para hacer saber a los clientes frustrados cuáles son sus derechos. Pero ni que decir tiene que desde esa información a los formularios para reclamar forman una montaña de papel mojado. Lo decía una cadena de radio el viernes, cuando la cantidad enorme de cancelaciones en los vuelos había sumido a todos los aeropuertos europeos, y no sólo a Son Sant Joan, en el caos. La multa mayor que le puede caer a Ryanair es de poco más de 4 millones de euros, y no hay garantía alguna de que se le aplique el castigo más severo. Indemnizar a los pasajeros que ha dejado en tierra supondría más de cuatro veces esa cifra. ¿Hay alguna duda acerca de que quien quiera cobrar lo que se supone que han de darle como compensación mínima de sus sinsabores habrá de acudir a los tribunales?

Entre una cosa y la otra, las compañías aéreas gozan del honor bien dudoso de encabezar la lista de las reclamaciones de los usuarios. Hasta ahora habían sido las empresas de telefonía móvil, con su política agresiva de prometer el oro y su dueño, el moro, a los clientes de la competencia por ver de hacerse con ellos. Si se me permite personalizar, cada vez que me ofrecen un chollo

-por lo general a la hora de la comida o de la siesta- le digo a quien llama que a mí me gusta pagar más. Pues bien; el destino va a encargarse de hacer que mi broma se convierta en castigo pero no por lo que hace a la factura del teléfono (que también) sino en cuanto al coste de los vuelos. Volveremos a la época aquella en las que volar sólo estaba al alcance de los bolsillos bien nutridos. Pero apuesto doble contra sencillo que toda aquella serie de atenciones al pasajero, desde la prensa del día al vaso de naranjada infame, no volverán. Si algo han aprendido las compañías aéreas es que el viajero se parece en realidad más al protagonista de otra película de mucho éxito: Gladiator.

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