Para que se haga cargo del tipo de entrevista: "¿Fue usted la pareja de Alexander McQueen?"

No, para nada, nunca. Yo no era feo del todo, y puede que McQueen tuviera algo conmigo, pero jamás lo expresó. Ni me pidió nada, ni me puso la mano encima. Apreciaba mi juicio, porque desde la admiración podía decirle que "esto es una mierda", o "es repetitivo".

Desde luego, es usted el protagonista de 'McQueen', la película.

Lo dijo la célebre crítica Suzy Menkes, "la estrella de la película es Sebastian Pons". No busqué el protagonismo, soy así. Me filmaron igual que hablo contigo ahora, solo que con ocho cámaras.

En la película interpreta usted al diablo, quizás lo es.

No sé ni de qué me hablas. McQueen no se fiaba ni de su sombra, por lo que algo vio en mí cuando fui su único asistente masculino, y me dio la segunda oportunidad que siempre negaba a quienes se iban. Me decía que no quería homosexuales porque "los maricas siempre montan juegos entre ellos y yo paso de esas mariconadas, pero tú eres un tío".

Se comporta usted como el malicioso Rupert Everett de la moda.

¿Me parezco a él? Dediqué los mejores años de mi vida a esa persona, a McQueen. No te puede ni imaginar lo que trabajé. Ni sábados, ni domingos, ni Navidades. Con 27 años conquistamos Givenchy, viajaba de Tokio a Nueva York. Quiero escribir mis memorias, aunque no es prioritario. Si personajes como Belén Esteban o Ana Rosa han publicado libros...

McQueen era un 'hooligan' sin elegancia alguna.

No puedes juzgarle por su aspecto. Un diseñador había de ser afeminado, tiquismiquis, floripondio, cuando puedes ser un hooligan de barrio y tener un estilazo y un gustazo. McQueen era un cerdito en el desorden que le rodeaba, pero en cuanto manejaba tejidos y colores tenía un don y una sutileza que te dejaban muerto.

¿Qué no hubiera podido hacer McQueen sin usted?

Todos los shows eran espectaculares, con presupuestos de hasta dos millones de euros por un desfile. Robots, gente volando. McQueen estaba pendiente de estos montajes, quién le llevaba la colección a diario.

Todos los genios son perversos.

Con el cotarro que llevaba, McQueen dominaba la situación. Te daba paso para opinar, pero podía cortarte con un "don't fuck with me", hacerte callar o sacarte de la habitación. Era el jefe.

¿Sin drogas no hay creación?

No es verdad. Cuando McQueen empezó no se drogaba, y solo bebía sidra. No sé qué hizo después, pero hay personas que consumen docenas de pastillas con receta. Si el porro les abre la mente, que lo fumen.

Tras su impresionante último desfile, McQueen solo podía decaer o suicidarse.

Esa colección solo podrá entenderse cuando pasen unos años. Ha dejado ahí mensajes subliminales, al igual que nos sucede con los significados que seguimos encontrando en Balenciaga.

McQueen le anunció su final.

McQueen tenía un plan, conocía a los grandes de la moda y sabía que al confiarme su secreto, yo lo desvelaría en el momento oportuno. Me hizo quedarme tras una fiesta en la casa de Santa Ponça, y me confesó que "mi trabajo está hecho". Me reconoció que "ya no puedo más, mi sueño se ha convertido en una pesadilla. Me he construido una cárcel con barrotes de oro".

¿Los grandes diseñadores son esclavos de 'Vogue'?

Qué va. Ni se lo miraba, no le vi nunca un Vogue en la mano. En el mundo de la moda, todos a besarle el culo a Anna Wintour, y McQueen pasaba de esto. Quedaron para comer y él pidió langosta que salpicó por todo, lo más adecuado. No le importaban las celebridades.

El árido sur de Mallorca nos da a Sebastian Pons y Miquel Adrover, que acabaron peleados.

De Miquel, la verdad... Parecía que iba a ser una cosa, y después fue otra. No mantenemos la relación, aunque nos vemos en el pueblo, me lo encontré en el cajero. Cordialidad, pero sin tomarnos unas cañas.

Tiene usted la misma edad que Francina Armengol.

O que Pedro Sánchez, aunque no me defino políticamente. Los de mi generación estamos por fin sentados en la silla, empoderados y manejando los hilos. Ya no manda un presidente antiguo, es nuestro momento.

Usted no hace McQueen, se ha niponizado.

Soy más mediterráneo, un estilo que no se explotaba hasta que yo empecé en el 93. Qué mejor fuente de imaginación, no necesito la campiña de Escocia. Ahora que he viajado por todo el mundo, puedo volver a ser el Sebastian Pons de pueblo.

¿Es preferible no conocer al autor de la obra que nos fascina?

Te garantizo que McQueen no te hubiera dejado indiferente. Tenía un aura, podía viajar a otras dimensiones, ver cosas, volver y contártelas como si ya existieran.