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Opinión

El mar traiciona menos que la administración

Las pateras son como un bombo de la lotería, pero el premio que se dirime en ellas va mucho más allá de la suerte o el infortunio económico. Está en juego la vida misma y ya no es solo por los avatares de un Mediterráneo que sin ser feroz, no deja de ser bravo. Estos días se está demostrando que naufragar o obtener un salvavidas ante la Administración puede ser más definitivo que hacerlo en el mar. No hay nada más incierto y volátil que un gobernarte ante un inmigrante. Te salva o ahoga con igual suerte.

Si te aproximas a Cala Figuera con una patera y acabas ante el juez, un centro de internamiento y un expediente de expulsión. En cambio, si los ángeles del Open Arms te suben al Aquarius, puedes ser recibido por la presidenta del Govern y tendrás un antiguo convento de monjas como hogar de bienvenida. No hay término medio. Blanco o negro, vida o muerte. La política estable de acogida ha naufragado.

El atraque del Aquarius en España ha sido como un indulto, una gracia para la buena imagen del Gobierno de Sánchez. El ministro Grande-Marlaska dice que el sistema "no está colapsado". Le admitiremos que es caótico y que necesita una regulación y una estabilidad que no ponga en juego la vida de las personas.

La Audiencia Provincial ratifica una orden de expulsión de un inmigrante marroquí pero la juez sentencia en el mismo proceso que el método de deportación que aplica la Delegación del Gobierno es ilegal. La Administración ahogada en su propio charco con efectos irreversibles para las personas, aunque las carencias básicas les hayan desposeído de nombres y apellidos.

Al gobernante, sea alcalde o comisario de la Unión Europea, le corresponde amainar el temporal de las pateras de las mafias y la necesidad, no puede acabar atizándolo como hace tantas veces. El caso más claro, Matteo Salvini, cuya incontinencia verbal no ayuda a encontrar soluciones. No es admisible que la Administración sea menos previsible que el ancho mar.

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