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Opinión

Cuidados intensivos

Cuidados intensivos

Que el hospital de referencia de esta comunidad autónoma, Son Espases, aumente las camas de su unidad de cuidados intensivos es una buena noticia para cualquiera que entienda que la sanidad pública es la atención por excelencia, en particular cuando estamos hablando de dolencias serias. Como carezco de estudios en asuntos de gestión hospitalaria, no sé si la distribución de camas entre los distintos hospitales públicos de Balears es la adecuada pero, en términos de sentido común, parece lógico que haya un hospital con los mayores recursos para que, llegado el momento, pueda hacerse cargo de las atenciones que demanda una población sometida a tantos vaivenes como es la del archipiélago. Distinta cosa, pero harto importante, es si las 12 camas de la UCI de Eivissa (Ca'n Misses) y las 7 de Menorca (Mateu Orfila) bastan y, en caso negativo, si el traslado de los enfermos muy graves a Mallorca está bien organizado. La insularidad impone tales servidumbres. Pero lo que me ha llamado más la atención del reportaje que sale hoy en estas páginas son los comentarios del doctor Velasco, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos de Son Espases, acerca del problema al que lleva el que se duplique la población y aumenten los traumatismos durante el verano, con la práctica del balconing como ejemplo de las exigencias de atención a los politraumatizados.

Es un principio básico de la atención sanitaria pública -de la que la española es un modelo para todo el mundo- que no cabe hacer diferencias entre los pacientes por razones administrativas -si tienen o no permiso de residencia, es decir, lo que se conoce en términos coloquiales como "papeles"-, ni tampoco por cualquier otro motivo ajeno a sus patologías concretas. Incluso los descerebrados tienen derecho a ser atendidos de la mejor forma posible y, al hablar de manera metafórica de quienes carecen de sesos, me estoy refiriendo en particular a quienes demuestran carecer de un cerebro digno de tal nombre. Como son los que saltan de un balcón a otro o desde la terraza de su cuarto a la piscina del hotel. Salvo que entremos en la muy peligrosa cuestión de si es justo dedicar ingentes recursos públicos a quienes se ponen en riesgo de manera estúpida -¿dónde ponemos el límite?- hay que hospitalizar e intentar salvar la vida de los balconeros.

Pero quizá sea ese el caso mejor que existe para entrar en la otra cara de la moneda: la de la atención sanitaria a personas que pagan sus impuestos en otro país. Son harto conocidos los abusos que se llevan produciendo desde que España entró en la Unión Europea, con motivo del llamado turismo sanitario. Los falsos turistas aprovechan la cobertura universal de nuestra sanidad pública, conseguida con sangre, sudor y lágrimas, para hacerse intervenir de dolencias que en sus países de origen o no serían atendidas o llevarían a cuidados mucho peores. Que no exista más que en teoría un mecanismo para compensar desde el país de origen esos gastos hospitalarios es un abuso y un escándalo que, en lugares como este archipiélago, que multiplican merced al turismo su población de base consumiendo los recursos de forma paralela, no haya el retorno de los muchos millones de euros que se gastan por esas razones. Pero si hablamos, encima, de las modas suicidas como el balconing o el consumo abusivo de drogas de diseño, la pregunta es hasta qué punto hay que desviar los recursos que serían necesarios para tratar un cáncer o un infarto.

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