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Opinión

Todo incluido

Todo incluido

Había oído hablar de la fórmula hotelera del todo incluido muchos años antes de que llegase a averiguar qué es eso en realidad. A simple vista queda claro: con la habitación del establecimiento pagas además la pensión completa y hasta los extras. Pero ¿todos ellos sin excepción?

No acerté a entender el alcance que tiene el todo incluido hasta que me encontré en la tesitura de tener que asistir, por razones tanto académicas como de amistad, a un congreso en Cancún, el enclave turístico por excelencia del Caribe mejicano, que se celebraba en un hotel —propiedad de una cadena mallorquina, por supuesto— un hotel, digo, de mucho lujo y ningún atractivo salvo el de una playa gigantesca, detalle que me conmueve poco porque odio las muchedumbres, la arena y el sol.

Como resultado, además de tragarse las aburridísimas ponencias del congreso, dedicado a la filosofía de la biología, era imprescindible encontrar algo más que hacer, cosa harto difícil porque el hotel de marras se encontraba aislado por completo, con el edifico más cercano a kilómetros de distancia. Ningún aliciente a mano, pues, salvo que se presentase una tormenta tropical. Pero hasta eso era un tanto improbable porque estábamos fuera de la época de huracanes.

Es fácil adivinar la continuación. El hotel, con la opción obligada del todo incluido, contaba con media docena de restaurantes aunque, ¡ay!, en la práctica cada uno de ellos ofrecía el mismo menú. Luego de comer langosta del Caribe —un horror gastronómico— tres veces seguidas ya tienes bastante para siempre. Así que quedaban los bares. No recuerdo cuántas piñas coladas, mojitos, margaritas y clamatos pude llegar a tragarme hasta que se hizo obvio que iba a volver a España con cinco kilos de más y un alcoholismo incipiente. Virtudes del todo incluido.

Se puede leer en estas páginas la noticia de que el Govern quiere sacar de la fórmula del todo incluido las bebidas alcohólicas (y el vino de mesa, supongo). No entiendo demasiado bien qué alcance puede tener semejante compromiso si, como asegura el director general del sector, la conselleria no tiene en sus manos la capacidad de prohibir nada y ha de limitarse a regular el procedimiento. Porque ignoro de qué manera cabe regular nada sin poder incluir, como instrumento de control, normas de obligado cumplimiento. Pero a estas alturas de la película, con repúblicas proclamadas en el aire, delitos de rebelión que son pero no son y leyes de los presupuestos generales del Estado que vienen y van, el mundo de la política supone para mí un puro misterio.

Sea como fuere, supongo que será al cabo el Consell, dueño de las ordenaciones turísticas, quien ponga los síes y los noes en cuanto a lo que han de pagar quienes disfrutan del todo incluido. Tampoco parece que sea tan importante, habida cuenta de que es menos del 22% de la oferta hotelera la que se rige por esa fórmula magistral. Pero si la opción de obligar a que los turistas en régimen de todo incluido paguen las copas hace renacer las esperanzas de los empresarios de la oferta turística complementaria, bienvenida sea la iniciativa. Y no sólo porque de esa forma se pueden aliviar los balances maltrechos de una parte crucial del sector del que vive la mayor parte de la isla sino porque los hígados de media Europa —perdón, de menos del 22% de media Europa— saldrán ganando.

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