Ser adolescente y tener que asumir que tu padre se ha desentendido de ti y que con tu madre no puedes vivir. O incluso que ni siquiera puedes verla porque te hace daño. Y cortar la relación por supervivencia, tras haber vivido episodios que ningún niño debería vivir. En definitiva, tener que madurar y crecer de golpe, sin un núcleo familiar de apoyo.

Los protagonistas de estas páginas, hoy ya mayores de edad, tienen en común eso: en un momento dado asumieron que su situación familiar no podía continuar, pasaron a estar bajo la tutela de la Administración, abandonaron el hogar y se fueron a vivir a casas de acogida, bajo la supervisión y acompañamiento del servicio de Menores del IMAS. ¿Pero qué pasa con estos menores cuando cumplen los 18 años? ¿Vuelven a quedar desamparados?

Llucia Miralles tiene 21 años. Vivió hasta los 12 con su madre, que tiene un trastorno de la personalidad y síndrome de Diógenes: "Tenía muchos altibajos, hacía una mala gestión del dinero, la casa estaba llena de basura... no se podía vivir". Su padre no estaba en el horizonte y cuando fue a buscarlo, anhelando tener a alguien que se preocupara por ella, recibió un portazo. Llucia buscaba evadirse de esa situación como podía: en el colegio "era un trasto" y fuera se juntaba con "gente tóxica".

A los doce años pasó a vivir con una compañera de clase y su madre, que dieron los pasos para constituirse como familia canguro. En ese momento vio claro que tenía dos caminos: seguir igual o tomar las riendas de su vida: "Salí del mal entorno, vi que era lista y decidí que quería apostar por mí y estudiar y salir adelante".

Durante un tiempo seguía reuniéndose con su madre, en visitas que se llevaban a cabo bajo la supervisión de Menores, pero a los catorce años vio que aquello solo le perjudicaba y le hacía daño y asumió que "no podía verla más".

Con17 años, tuvo que abandonar la familia con la que estaba. La acogió entonces la hija de una mujer que la había cuidado cuando era pequeña.

Solo tiene palabras de agradecimiento para Cristina ­-"mi hermana mayor"- y su marido, que la ubicaron primero en la habitación de su futuro bebé y luego le habilitaron lo que era un despacho.

Y aunque Cristina le decía que se quedara el tiempo que hiciera falta, Llucia pensaba cómo emanciparse: "No quieres molestar".

A los 18 años, mientras estudiaba un FP de Administración, comenzó a trabajar en una frutería para poder aportar algo a la economía doméstica. Y es que al ser ya mayor de edad, su familia de acogida dejó de recibir la correspondiente mensualidad por parte de la Administración y se cortó el grifo de dinero para cubrir gastos escolares, de ocio y sanitarios.

Llucia tenía que salir a enfrentarse al mundo casi a pecho descubierto (solo le abonaban determinados gastos justificados hasta gastar un máximo de 2.000 euros. El año pasado, desde el GREC (Grupo de Educadores de Calle), le informaron de que comprometiéndose a cumplir un plan de trabajo personalizado podría recibir una renta mensual de 480 euros.

Entre la renta y los ahorros Llucia pudo irse a vivir con su pareja el pasado octubre. Y hace dos meses pudo tomar la decisión de dejar el trabajo en la fruteria para centrarse en acabar el último curso de su FP y en su salud: "Me está saliendo ahora toda la ansiedad que no surgió cuando todo el proceso con mi madre".

Visita a una psicóloga privada y lamenta que en su momento los psicólogos de Menores pusieron "un parche en la herida", pero no le ayudaron a cerrarla. Aunque puede sacar pecho de haber salido adelante a base de trabajo, recuerda que ha vivido situaciones muy difíciles de las que ella no era responsable y considera que hay cosas del servicio de Menores que podrían haber ido mejor. Ahora valora la renta de emancipación de Servicios Sociales como un buen punto de apoyo: "Te permite organizarte y hacer tus cálculos, a mí me ha facilitado poder estudiar".

"Ahora puedo ahorrar"

A Lisbet Llor, de 20 años, la renta también le ha facilitado la vida. A los 17 años solicitó ayuda a la orientadora del instituto, al darse cuenta de que no podía seguir enfrentándose a la situación de su casa, con una familia desestructurada, un padre desaparecido, una madre a la que apenas veía, una hermana con problemas psiquiátricos y un hermano que empezó a consumir drogas muy joven y acabó desarrollando una esquizofrenia con episodios violentos.

"Ya aguanté mucho", asegura. Aguantó demasiado por su sobrina pequeña, cuyo cuidado asumió. Lisbeth también se hizo mayor de golpe.

Pero a los 17 años, tras una noche vigilando a su hermano, vio que no podía más. Y por ello acabó en un piso de acogida para menores de La Salle (hoy concertado con el Govern), donde hoy sigue viviendo con otros tres jóvenes extutelados.

No se arrepiente de haberse ido de casa. Sigue en contacto con su madre "y la relación es mejor". Hace un mes que trabaja como monitora de ocio y tiempo libre en ASPACE y tras el verano empezará su segundo curso de FP de Educación Infantil. Antes de empezar a cobrar la renta, recibía 100 euros para comida y 60 euros para gastos como el transporte: "No daba para ahorrar ni para nada".

Ahora sí puede ahorrar para irse a vivir por su cuenta (sabe que no podrá estar en el piso para siempre) y durante el curso también podrá permitirse centrarse solo en estudiar. Después le gustaría estudiar Trabajo Social en la UIB.

Independiente a los 18

"Tuve que buscarme la vida por mis medios muy pronto, pero marqué mis planes de futuro y decidí luchar por ellos".

Ese plan era trabajar en el mar: una pasión que Sergio Hoys ha tenido siempre.

De cuando era pequeño, recuerda los gritos entre sus padres, hasta que se divorciaron, y también "el estar todo el día delante de la tele" y rebotando de una casa a otra: "Mi madre me llevaba a dormir a casa de mi abuela o de una tía y me decía 'ya te vendré a buscar". Concluye: "Mi madre no estaba para cuidarme".

Al salir del internado, con un expediente académico "lamentable", vio que no podía plantearse irse a vivir con su padre, que estaba muy enfermo y falleció poco después y que su madre se había ido a vivir a Uruguay. Y se vio solo. "En un callejón sin salida". Estaba "agotado psíquicamente".

Su tío materno y su mujer le acogieron. Él le ayudó a enderezar su vida y comprendió que para alcanzar ese sueño tenía que centrarse y estudiar. Y lo hizo: remontó en los estudios y a los 17 años empezó a trabajar como instructor de vela. Se sacó un grado de FP y el año pasado se fue de casa de sus tíos, a un piso compartido.

Cobró la renta durante los meses de invierno, compaginándola con su trabajo de monitor de vela los fines de semana: "La renta te aporta mucha seguridad y tranquilidad, no tienes ese miedo de verte con el agua al cuello para pagar el alquiler".

Este verano ha interrumpido el cobro de la renta al tener un trabajo como marinero en un yate. Su intención luego es continuar sacándose títulos profesionales para seguir trabajando en el mar. Se le ve tranquilo, satisfecho y optimista respecto al futuro. Piensa en su infancia y concluye que ha salido "bien parado".

Agradece ayudas como la renta o el apoyo recibido desde el GREC y pide que se fomenten: "No eliges pasar por esa situación y no es culpa tuya, solo intentas salir adelante como puedes". Y él, y Lisbeth, y Llucia, lo están consiguiendo.