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Opinión

Ya está bien de elogiar a Cursach

Ya está bien de elogiar a Cursach

Urge prohibir la publicación de nuevas revelaciones económicas sobre el imperio unipersonal de Bartolomé Cursach Mas, BCM. Las aportaciones sucesivas acrecientan su mito, acentúan su poderío y dañan la autoestima de los emprendedores rivales. Además de desatar las envidias de los "simples mortales", que diría el juez Castro. La contabilidad opaca de Cursach no solo apunta al delito, resalta sobre todo un volumen gigantesco de actividad. Por no hablar del peligro adicional de que, bajo el subterfugio de investigar a un empresario muy concreto, se despelleje el funcionamiento auténtico del mundo de los negocios mallorquines. Ya está bien de elogiar a Cursach. Que alguien detenga a la Policía, tan obsesionada con esclarecer lo ocurrido que eleva la apuesta a cincuenta millones de euros defraudados al fisco. Estamos hablando de cien mil billetes de 500 euros. Cuánto dinero ha tramitado el emperador nocturno, puesto que existe el consenso de que su personalísima gestión de micromanagement incluye la exigencia de que cada billete que ingresa ha de pasar por sus manos. Una factura con Hacienda de cincuenta millones implica unos ingresos societarios de quinientos.

Un millón de billetes de la máxima denominación, y la Policía avisa de que el fraude denunciado podría ser mayor. Un trabajador normal no solo tarda siglos en ganar una cifra parecida, sino en contarla. Habría gente que renunciaría a dicha suma, si le obligaran a anotar cada billete. Cursach tenía un problema de exceso de liquidez tan acuciante que contrató a los mejores contables de una entidad bancaria, blindados en una habitación de la calle San Miguel y amontonando billetes sin parar. Ni siquiera hace falta acreditar la leyenda del dinero extraído en sacos por la puerta de atrás de las discotecas. Las cifras aportadas por la Policía convertirían a Cursach en el segundo mayor moroso de Balears, por detrás del afamado inmobiliario, y aquí se adivina una guerra de celos. Si la energía concentrada por el nativo de Artà en lo crematístico se hubiera desviado a otras actividades, tendríamos un Nobel o un Oscar, pero la isla solo estimula a ganar dinero. Al mallorquín pragmático no le importa tanto qué hacía el empresario con tanto dinero, sino cómo hacía el empresario tanto dinero. Si les sirve de consuelo, imaginen la frustración de Cursach, al comprobar cómo los billetes seguían manando sin su concurso durante el año largo que vivió en la cárcel.

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