Primero: "Cada uno habla de la feria según le va en ella". En el mundo del turismo todos la relatan según les convenga. Los hoteleros han ganado dinero a espuertas durante muchos años sin dejar de quejarse de las complicaciones del negocio. Cuando la ocupación rozaba el ´overbooking´ y los beneficios eran obscenos, calificaban la temporada con un escueto "buena".
Las primeras apreciaciones de 2018 por parte de los hoteleros apuntan a un descenso de la ocupación. Los datos son aparentemente contradictorios con el fuerte aumento de viajeros que se registra en Son Sant Joan. Se explican en parte con los datos de Frontur, que desvelan un fuerte aumento del alojamiento extrahotelero.
Segundo: "El que parte y reparte se queda con la mejor parte". Los visitantes se dividen entre quienes acuden a los hoteles de toda la vida, los que apuestan por el alquiler vacacional, legal o ilegal, quienes tienen una propiedad en la isla y aquellos que cuentan con ´amigos´ mallorquines que les acogen en su hogar. El concepto de amistad en cuestión de vacaciones es muy laxo y suele sustanciarse con unos euros en negro.
El negocio turístico ha crecido tanto que todo el mundo quiere una parte del pastel. Los hoteleros de disciplina estricta han visto como se les escapaba un segmento de la clientela, pero otros se han adaptado a los cambios de la demanda y ofrecen por igual camas hoteleras y extrahoteleras.
Siguen comiéndose dos terceras partes de la tarta, pero cada vez hay más gente que quiere participar del banquete.
Tercero: "No hay que poner todos los huevos en la misma cesta". La diversificación de la oferta presenta aspectos positivos. Sin embargo, un peso excesivo del alquiler vacacional generaría, además de problemas de convivencia, una grave crisis de empleo y de modelo. Miles de recepcionistas, camareros, cocineros, camareras de piso, técnicos de mantenimiento... tendrían que reinventarse. Y los inmuebles buscarían una reclasificación.
Cuarto: "La virtud está en el término medio"... o casi.
