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Opinión

Desahucios

Desahucios

El drama de los propietarios de pisos que los compraron en la época del ladrillazo para verse desahuciados poco después, a la que llegó la crisis económica, fue de tal magnitud que generó movimientos sociales nunca vistos y contribuyó incluso a que aflorase un nuevo partido político, Podemos. No es raro, porque alrededor de los desahucios habían tomado cuerpo varias leyendas de rango bíblico, comenzando por el combate entre David y Goliat. ¿Cómo no ponerse del lado de los débiles que, en este caso, resultaban haber sido además engañados en muchos casos? ¿Cómo no denunciar los contratos leoninos gracias a los cuales te echaban a la calle, te quitaban la casa y seguías teniendo que pagar la hipoteca cada mes?

Lo que se aborda hoy en estas páginas va de desahucios también, pero de otro tipo: no son los propietarios ahora sino los inquilinos los que se ven en la calle. Con el añadido de que no está tan claro que nos encontremos ante la historia clásica de los buenos contra los malos. No hay bancos por medio, ni cuadra tan bien la figura del usurero Scrooge que inmortalizó Charles Dickens. Ahora estamos ante un conflicto que se da en su mayor parte entre particulares, entre ciudadanos de a pie, aunque por medio queden también algunas tragedias familiares.

Durante décadas, los propietarios de pisos que eran puestos en alquiler se pasaban el día elevando jaculatorias a la divinidad para que ésta les librase de los malos inquilinos. Estaban atados de pies y manos porque una de las claves del populismo franquista consistía en ser en la práctica el dictador de un piso o de un apartamento en cuanto metías un colchón en él. Hasta que las leyes cambiaron, permitiendo a los dueños echar a quienes no pagasen la renta.

Pero una vez que perdemos el amparo del maniqueísmo, ese arte de análisis que permite que las cosas queden muy claras siempre, entramos en el reino del claroscuro con sus incómodas ambigüedades que no hay forma de resolver de manera sencilla. Que una familia numerosa con un bebé en brazos se vaya a la calle no es de recibo, por ejemplo. Pero que a los dueños de los pisos se les esquilme privándoles de lo que les corresponde, tampoco lo es. Y nada cabe esperar de las redes sociales y las tertulias televisivas ninguna solución mágica para resolver el dilema porque en cuanto abandonas el maniqueísmo se hace patente que cada persona es un mundo con sus problemas particulares. Ahora y antes. Aunque, como habría dicho Vázquez Montalbán, contra los bancos se vivía mejor.

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