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Análisis

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Por la rampa de Vía Alemania comenzó la cuesta abajo de alguien que se acostumbró a escalar el éxito

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Al margen del grado de (in)conformidad íntima que a cada cual haya podido producir la sentencia del caso Nóos, es indiscutible que cada nuevo estadio judicial de la causa ha ido desdibujando la inocencia defendida por Iñaki Urdangarin, y ya no se discute que en su día no tomó en absoluto las decisiones "de manera correcta y con total transparencia", como aseguró en su defensa. De hecho, el primer indicio de que su comportamiento "no había sido ejemplar" lo dio la Casa Real, al apartarlo de su agenda oficial. Hay preguntas que hoy quedan sin respuesta, como por ejemplo qué es lo que se sabía en Zarzuela que no haya trascendido.

El Tribunal Constitucional, el mismo que resolvió no suspender la pena de tres años a Valtonyc por injurias a la Corona, podría decidir sobre una eventual petición de amparo para que el cuñado del Rey pueda eludir la cárcel pese a haber malversado dinero público, abusado de su posición y haber cometido fraude y prevaricación, según considera probada la sentencia ratificada por el Tribunal Supremo y en espera de que la Audiencia de Palma notifique el ingreso en prisión de los sentenciados. La memoria nos devuelve la imagen de la rampa de Vía Alemania por la que comenzó la cuesta abajo de alguien que se acostumbró a escalar el éxito. El Supremo acusa al marido de la infanta Cristina de imponer sibilinamente sus condiciones en los tratos con el Govern de Jaume Matas y de abusar de sus privilegios como miembro de la realeza. Unas prerrogativas que, según parece, no le valdrán para eludir el encarcelamiento.

Es tiempo en el que una parte de la realidad que permanecía ignorada resurge a través de los contrapuntos. Nos rifamos a los miles de cruceristas que surcan las aguas del Mediterráneo, mientras la próspera ruta turística, mar ecléctico y crisol de culturas que fue, escupe miserias a bordo de barcos hacinados suplicando puerto de acogida. Es el éxodo de la desigualdad, que pide a gritos que le miremos a los ojos. El Aquarius se convierte en símbolo, al igual que otros hitos lo son en registros que parecen distintos pero que forman parte de lo mismo; el aparente equilibrio que se cuestiona, ahora que un determinado orden político y social ha sido al fin fracturado siquiera un poco.

Hace diez años apenas el 2% de la población española consideraba que existía un problema llamado corrupción. Hoy son casi el 35%, más de una cuarta parte, y las principales instituciones, entre ellas la Monarquía y los altos órganos judiciales, suspenden, según el CIS, la confianza de los ciudadanos. Sin embargo, y dado que muchos de los casos de fraude investigados se remontan a más de una década, cabría indagar la causa de esa pérdida de la fe y por qué antes fuimos tan crédulos. Algunos expertos han situado el germen de este ajuste de cuentas en la crisis económica y su fatídica gestión política, como si hurtar dinero público, o administrarlo a conveniencia propia, en tiempos de vacas gordas hubiera sido un defecto de fábrica de la democracia, un pecadillo venial con el que había que condescender. Recuerden, sino, las palabras del expresidente del Govern, en el sentido de que la "colaboración" con el entonces duque de Palma se hizo "costara lo que costara" porque "no somos iguales". Lo dijo Matas, que hoy acumula otra sentencia, de 3 años y 8 meses por Nóos, en una entrevista en Salvados en 2012, donde dejó claro que "al señor Juan García" no habría tenido tiempo de escucharlo, pero para Urdangarin la agenda del Consolat de Mar estaba disponible "cuándo y cómo el hubiera querido".

"Todos somos iguales ante la ley, pero no ante los encargados de aplicarla", afirmó un aforista, Stanislaw Jerzy Lec. Sin embargo, desde esa afirmación, que data del siglo XX, hasta nuestros días, alguna cosa ha cambiado y lo ponen de manifiesto recorridos como el del caso Nóos, la red Gürtel, el caso Bárcenas, las investigaciones sobre Bankia, etc. La impunidad absoluta con la que creían conducirse determinadas élites es cosa del pasado, desde que los tribunales han empezado a tratar de clarificar la maraña oscura en que se convirtió el poder en nuestro país, aunque la nómina de juristas destinados sea de las más bajas de Europa y, como decía hace unos días en este periódico Joaquim Bosch, exportavoz de Juezas y Jueces para la Democracia, los magistrados "persigan en bicicleta a corruptos que van en Mercedes".

Alguna cosa es distinta ya, aunque siga habiendo corruptos de primera y de segunda. Quizás seguiremos preguntándonos por qué esta sentencia se ha demorado tanto, cómo las partícipes a título lucrativo no se hicieron las preguntas necesarias por el dinero que se ingresaba en sus cuentas bancarias, por qué algunos, en otras causas por corrupción, cumplirán condena hasta la jubilación mientras a otros se les rebaja la pena unas décimas cuando la fiscalía del Supremo pedía duplicarla o por qué hay fugados por una orden de detención y condenados provisionales que pueden residir en otro país hasta que llegue el fallo definitivo. Pero una abdicación y un cambio de gobierno por responsabilidades políticas después -aunque éstas hayan sido impuestas-, lo cierto es que parece que algo empieza a ser diferente en la consideración de la ética pública. Cabe esperar que las instituciones, siempre por detrás de las personas, vayan resolviendo otros interrogantes, como, por ejemplo, si hay que reclamar más ejemplaridad en algunas sentencias como esta. Roma no se hizo en un día.

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