"Llegué a Alcohólicos Anónimos en 2010 y escuché a una mujer que compartía las mismas cosas que yo. De hecho, pensé que estaba hablando de mí. Me recibieron en el grupo. Les escuchaba y pensaba que estaban zumbados. Pensé que si al salir me tomaba media de ron no pasaría nada. Hasta el día de hoy esa media de ron no ha llegado. Han pasado ocho años, un mes y un día". El testimonio de Beatriz, junto con los de Pilar y Alfonso, fueron el hilo argumental de la celebración del 83 aniversario de la fundación de Alcohólicos Anónimos.

El inicio de la relación de Beatriz con el alcohol fue inusitado. "Empecé a beber a los 13 años. Estaba enferma y mi madre me preparó una especie de jarabe con alcohol y ajo. Ese día me enganché. Reuní dinero con las amigas para comprar ese mismo alcohol y me emborraché. Me quitó el miedo y todos los complejos. Pensé que era lo mejor que me había pasado en la vida", explicó.

Manuel presentó el acto recordando los principios que guían a esta entidad desde su fundación. "Nos mantenemos con nuestras propias contribuciones. No estamos afiliados a secta, religión o partidos políticos, organización o institución. No respalda ni se opone a ninguna causa. Nuestro fin es mantenernos sobrios y ayudar a otros alcohólicos", enumeró.

Y recordó que el alcoholismo es una enfermedad crónica: "Es la enfermedad del autoengaño. De la soledad y la negación. El alcohólico se aísla del mundo y es incapaz de reconocer su enfermedad y sus consecuencias: la locura, la cárcel o la muerte. No se puede curar, pero sí detener".

También Pilar contó su experiencia con la bebida. "A los 32 años estaba pasando un mal momento personal y empecé a consumir de manera gradual. Al principio una vez a la semana, después tres veces a la semana y finalmente cada día. Escondía la botella detrás del microondas para que nadie me viera beber por la noche", explicó.

"Los tres primeros años pensaba que controlaba, que esto no era un problema y que podía parar cuando quisiera. Me convencía a mí misma de que al día siguiente no bebería. Fueron años terribles, con culpabilidad y angustia. Intentando controlar para que mi familia no se diera cuenta y rendir en el trabajo. Fue un desgaste físico y emocional, un infierno", subrayó Pilar.

Después de años cayendo en picado, llegó el punto de inflexión: "Me di cuenta de que una madre no bebe hasta el punto de que deja a los niños a las once de la noche para ir a comprar alcohol. Me fue minando, no sabía a quién acudir. Un día me miré al espejo y no me reconocí, pensé que esa no podía ser yo".

Alcohólicos Anónimos supuso su tabla de salvación: "Hay momentos duros, pero no tengo que tomar ninguna sustancia que me adormezca para superarlos".

La bebida atrapó a Alfonso a los 14 años, cuando empezó a trabajar y también a tener dinero para gastar en un bar. "A partir de los 30 años el cuerpo empezó a no aguantar el alcohol y empecé a tener lagunas mentales. Si por la noche la liaba y al día siguiente alguien me lo reprochaba, yo todavía me ponía chulo y decía que podía hacerlo aún peor", indicó.

"Vine a Alcohólicos Anónimos a que me enseñaran a beber sin resaca. Claro, me dijeron que no tocara ni una copa más. Salí de la reunión, había un bar enfrente y no me paré", recordó Alfonso, que desde entonces no ha vuelto a beber y ahora ayuda activamente a otros alcohólicos.

En el acto también se reivindicó la importancia de Al-Anon, la asociación que da apoyo e información a familiares y amigos de alcohólicos.