Mallorca fue en el siglo XX tierra de pensadoras, artistas, profesoras, represaliadas, empresarias y deportistas notables cuyo reconocimiento no ha estado, en la mayoría de los casos, a la altura de sus logros. Fueron mujeres avanzadas a su tiempo, a veces incomprendidas y siempre perseverantes en una sociedad que encorsetaba a mujeres de toda clase y condición.

Jeanne Marqués, Remigia Caubet, Jerònia Verd, Carmen Guardia y Rosa Colom fueron cinco de aquellas mallorquinas que dejaron huella. El paso del tiempo no las ha borrado del todo, pero merece la pena echar la vista atrás porque sus vidas describen también una Mallorca rígida, conservadora, irreconocible.

El golpe militar de 1936 hizo que dos de estas mujeres, Jeanne Marqués y Rosa Colom, coincidieran en la cárcel con otras represaliadas como Aurora Picornell. Remigia Caubet descubrió a los 30 años una vocación por la escultura que ya no abandonaría hasta el final de sus días. El talento de Carmen Guardia bajo el agua iluminó la Mallorca gris de los años cuarenta. Casi veinte años antes Jerònia Verd emprendió un viaje a lo desconocido para convertirse en la primera mallorquina licenciada en Farmacia.

Hablan por ellas sus familiares. Y lo hacen con soltura, buscando en sus recuerdos más remotos, a veces emocionados, mientras examinan fotos desgastadas y explican anécdotas que evocan una sociedad ya muy lejana.

Algunas de estas mujeres prestan hoy su nombre a calles, plazas y hasta a una piscina. Pese a todo, son desconocidas para el gran público, por lo que sus descendientes invitan a hacer memoria.

Antonia Mora, hija de Jeanne Marqués (1914-2006), empresaria que esquivó una condena a muerte en el franquismo: "Fue una mujer muy positiva, pero nunca entendió lo que le hicieron"

Emprendedora, progresista y represaliada por el franquismo. Exiliada en México, explotó un rancho en California y varios locales en Mallorca. Fue sobrina de otra mujer excepcional, la pedagoga Maria Mayol.

Encarcelada, condenada a muerte, exiliada, empresaria y socialista. La Guerra Civil atropelló a Jeanne Marqués Mayol y a su familia, pero sobrevivió al desastre y a cambio obtuvo vida larga y plena; aunque sin perder la memoria. "Siempre habló de lo que pasó, nunca nos escondió nada. Y nunca entendió lo que había pasado. Pero no vivió amargada, ante todo era una persona muy positiva", cuenta su hija Antonia Mora.

Su vida, recogida en 'Dones republicanes: testimonis de la història oculta', de Margalida Capellà, fue intensa. Nacida en Sóller en el seno de una familia adinerada y de ideas progresistas, en 1937 fue encarcelada y condenada a muerte. "La metieron en la cárcel porque era hija de mis abuelos, nada más. Mi abuelo era liberal, pero la que era política de verdad era mi abuela. Les acusaron de cosas absurdas, como tender sábanas para enviar mensajes a los aviones republicanos. Fue una farsa. Mi madre siempre me dijo que creía que unos primos les denunciaron por envidia", recuerda Mora.

Jeanne pasó dos años en la prisión, donde compartió espacio con su madre, su hermana Catalina y otras represaliadas como Aurora Picornell. "En la cárcel sufrió sobre todo por su madre, que estaba muy enferma. Para animarla Aurora le contaba historias y le hacía reír. Más o menos lo soportaban porque mi abuelo les enviaba dinero desde Puerto Rico, donde estaba haciendo fortuna, explica Mora.

Salió de prisión con 22 años. Su padre había sido ejecutado y su madre pasaría casi dos años más encerrada. En 1942 se casó con el médico Manuel Mora y poco después tomaron el camino del exilio. "No querían seguir en España. Un día mi padre curó a la hija del gobernador civil y para compensarle le ofreció lo que quisiera. Mi padre le dijo que lo único que querían era un pasaporte para irnos a México. Y así fue", evoca Mora.

Seis años después se marcharon a California, donde la empresaria compró y dirigió un rancho. Y más tarde, el regreso definitivo a Mallorca. "Ya antes de 1936 mi madre había abierto un local de cafés en la calle San Miguel. Si no hubiera sido por la guerra hubiera ganado un montón de dinero", relata Mora. Ya en los años 70 siguió como empresaria de éxito explotando locales comerciales en zonas turísticas: "Mi madre era religiosa, de creer en Dios y en Jesucristo. Pero no en los curas, eso nunca. Cuando murió incluso me dijo que no quería un funeral, solo un Padrenuestro".

Damià Ramis, hijo y guardián del legado de la escultora Remigia Caubet (1919-1997): "Abandonó una vida vacía para dedicarse a su verdad, a su arte"

La escultura fue la pasión y el modo de vida de Remigia Caubet. Sufrió el desdén de su círculo social y las feroces críticas de algunos intelectuales. Fue la primera mujer académica de Bellas Artes en España.

"Mi madre tuvo una educación, no diré que elitista, pero sí muy buena para la época. Fue al colegio alemán y al Sagrado Corazón. Tocaba el piano, jugaba a tenis... Estaba preparada para tener una vida insulsa, para ser un objeto. Estaba predestinada a encontrar un buen partido, sin más", relata Damià Ramis Caubet, hijo de la escultora mallorquina Remigia Caubet. La artista, claro, tomó otro camino.

Siempre había tenido facilidad para dibujar, pero su primera oportunidad le llegó con 30 años cumplidos. "Se topó con el escultor Joan Borrell Nicolau, que vino a trabajar a Mallorca. Mi madre le pidió un poco de fango, esculpió un torso femenino y el maestro no se creía lo que veía. Fue un momento inspirador. Le dijo que tenía un don innato y que tenía que seguir por ese camino. Poco a poco aparcó aquella vida social de club de tenis y la sustituyó por el fango del taller. Eran finales de los 40 y principios de los 50, y aquello no fue demasiado bien entendido por la sociedad", evoca Ramis, a quien su madre le inoculó el veneno de la escultura.

"Estaba determinada, pero su círculo social no le perdonaba que leyera y se dedicara al arte siendo mujer. Hubo un distanciamiento compartido. Ella pasó de fiestas e historias porque hacer una escultura es muy duro. No le dolió porque abandonaba una vida vacía. Se dedicó a su verdad, que fue el arte. Nunca la escuché quejarse, pero imagino que tenía una herida", explica el escultor en Esporles, donde tiene el taller que compartió con su madre en la última etapa de su vida.

Los años 70 trajeron otros gustos y críticas despiadados. "Una parte de la intelectualidad ­-periodistas, críticos de arte y escritores- adoptó una actitud de oposición agresiva. En los 60 había aceptado encargos oficiales; lo sabía hacer y además lo necesitaba porque tenía cinco bocas que alimentar. Mi padre se retiró relativamente joven,así que comíamos de la escultura. Publicaban panfletos en los que deseaban la muerte artística de mi madre y otros artistas de su generación", lamenta.

"En los 80 empecé a trabajar con ella. Para mí, aquello fue la vida. Tuvimos algunos roces porque no teníamos el mismo concepto de la escultura, pero aprendimos el uno del otro. Fue una época maravillosa. Soy lo que soy porque tuve la suerte de tener a mi lado a una mujer luchadora, independiente y madre", concluye.

Prudència Oliver, hija de Jerònia Verd (1901-1985), primera mallorquina licenciada en farmacia: "No fue consciente de que era una mujer avanzada a su tiempo"

El viaje entre Montuïri y Granada en los años 20 era arduo, más aún para una mujer que viajaba sola. Jerònia Verd superó todas las barreras para convertirse en la primera farmacéutica con título.

En 1920 una mujer sencilla de Montuïri hizo algo extraordinario. Jerònia Verd se embarcó sola hacia Granada para convertirse en la primera mallorquina en lograr una licenciatura en Farmacia. "El viaje era muy complicado. Hacía escala en Maó, dormía en Murcia y desde allí se dirigía a Granada. Y lo hacía sola, eso en aquella época era revolucionario", explica Prudència Oliver, hija de la célebre farmacéutica. "Nunca presumió de nada. Creo que nunca fue consciente de que estaba haciendo algo muy avanzado para una mujer de su tiempo. Era una persona sencilla, culta€ Tenía un carisma especial. Todo Montuïri la adoraba", añade.

El libro 'Montuirers que han deixat petjada', editado por Onofre Arbona, recuerda que una vez que Jerònia Verd se dirigía a Granada para estudiar tuvo un encuentro con una pareja de la Guardia Civil: "Usted es la única pasajera que viaja esta noche en el tren; venimos a custodiarla".

Era muy buena estudiante y su padre, médico, la animó. Hizo dos cursos del bachillerato en uno, y también acortó en la Universidad. Mientras estudiaba, Jerònia se prometió con el que acabaría siendo su marido, el médico Joan Oliver. "Iban a los toros, al teatro, alguna zarzuela€ De vez en cuando iban a Barcelona a una corrida de toros. No les sobraba el dinero, pero se movían. Mi padre llevaba las cuentas y no se gastaba un duro si antes no entraba otro. Pero de vez en cuando mi madre abría la caja y gastaba lo que quería", recuerda Prudència Oliver.

"Era una mujer abierta, aunque sin abanderar ninguna causa. Iba a misa todos los días a primera hora antes de abrir la farmacia, pero no era una beata. Se acoplaba mejor con la gente de la calle que con las cuatro señoras que había en el pueblo. Los Oliver eran tranquilos; los Verd, apasionados. Mi padre tenía un carácter sereno, en cambio mi madre era puro nervio. Nunca se quedaba contemplativa, siempre estaba haciendo algo", subraya.

La farmacia estaba en el bajo de la vivienda familiar. "Siempre la recuerdo subiendo y bajando la escalera para atender a algún cliente. Cuando se jubiló ya habían puesto otra farmacia en Montuïri, y la nuestra estaba en un lugar muy poco céntrico. Mi padre la vendió, supongo que tuvo un gran disgusto", subraya Oliver.

C. Álvarez de Sotomayor, hija de la nadadora Carmen Guardia (1923-2007), primera mallorquina campeona de España: "La gente la saludaba por la calle, todo el mundo la quería"

Tenía un don para la natación en una Mallorca sin piscinas. Carmen Guardia fue un ídolo en la postguerra por sus logros deportivos y un carisma que estuvo a punto de abrirle las puertas del cine.

"Vivía al lado del mar, en el Paseo Marítimo. Lo que es ahora el hotel Costa Azul. En aquella época no había carretera y todos los días bajaba por unas rocas a nadar al mar", recuerda Carmen Álvarez de Sotomayor. Su madre, Carmen Guardia, fue un prodigio de la natación que irrumpió en una Mallorca oscura, pero necesitada de referentes a los que admirar.

"Era la pequeña de seis hermanos -tres chicas y tres chicos- y todos nadaban. Los chicos iban en una barca a nadar todos los días. Un día su entrenador vio cómo nadaba mi madre. Solo tenía 11 años, pero le impresionó el estilo y la rapidez con la que se movía en el agua. La animó a que nadara en el campeonato de Balears. Ni siquiera sabía tirarse de cabeza, pero se apuntó. Tenía que completar una travesía por el puerto de Palma y quedó segunda. Ahí empezó todo", evoca Álvarez de Sotomayor.

En 1940, en Vigo, se convirtió en la primera mallorquina en conquistar un campeonato de España en deporte. Una proeza que repetiría un año después en Palma. "Fue extraordinario porque en Mallorca prácticamente no había piscinas. Entrenaba en el mar; le ponían dos cuerdas a lo largo y no paraba de nadar. En verano y en invierno, le daba igual el frío", explica su hija.

Pronto fue conocida como la 'sirena balear' y alternó el agua con el baile, faceta en la que también destacó. "No ganó dinero. En aquella época era todo muy 'amateur'. Sí ganó prestigio, reputación. Llegó a ser muy conocida en Mallorca y no solo por la natación, es que además era guapísima. Llamaba la atención, la gente le reconocía y le saludaba por la calle. Todo el mundo la quería", explica Álvarez de Sotomayor.

Era una estrella en ascenso y pronto llegaron las llamadas para hacer películas y televisión. Todas rechazadas. "Su padre, mi abuelo, veía bien que nadara, en la familia les gustaba mucho el deporte. Pero irse a hacer películas... eso ya no le gustaba tanto", explica.

En 1944 se casó con un militar y empezó a tener hijos. "Nos fuimos destinados a Marruecos y a Barcelona. La natación y el baile se habían acabado para mi madre, pero nunca lo lamentó. Siempre estuvo muy orgullosa de aquello y siguió disfrutando del mar el resto de su vida", afirma Álvarez de Sotomayor. Hoy una piscina del polideportivo de Sant Ferran tiene su nombre.

Nicolau Colom, sobrino de Rosa Colom (1909-1987), republicana exiliada y escritora: "Fue una luchadora por los derechos humanos y contra el caciquismo"

Mujer de fuertes convicciones republicanas, tomó el camino del exilio tras un breve paso por la cárcel. Dicen de Rosa Colom que fue una mujer culta, buena contadora de historias y fiel a sus ideas hasta el final.

Bunyola, años 30. Tiempos de esperanzas rápidamente truncadas. Con apenas 22 años y una hija pequeña, Rosa Colom se afilia a Esquerra Republicana. Ofrece mítines, se enfrenta abiertamente con los sectores más conservadores del pueblo, llega el golpe de 1936 e, irremediablemente, la cárcel y el exilio. "Era de ideas completamente opuestas a lo que se llevaba en aquel tiempo en Bunyola y en Mallorca. La gente que no era adepta a la Iglesia estaba mal vista. Tenía una gran formación. Escribía y leía en catalán, lo que en aquella época era extraordinario. Ni siquiera lo hacían los maestros de escuela", explica Nicolau Colom, sobrino de Rosa.

Pasó dos meses en la cárcel. Años antes se había casado con un francés, Paul Cabod, con el que tuvo una hija, Huguette, que actualmente reside en Ginebra. Los tres tenían nacionalidad francesa, lo que facilitó los trámites para liberar a Rosa Colom y exiliarse a Francia. "Allí ayudó a los refugiados españoles que iban llegando, pero en 1944 vivió unos meses bajo la ocupación nazi", evoca el sobrino.

"Conoció al tío Paul porque vino desde Madrid para traer un 'Rolls Royce' a Juan de Saridakis [pintor griego que fijó su residencia en Palma y que promovió la construcción del Palacio de Marivent]. Paul enseñó a Saridakis a conducirlo y durante su estancia en la isla se enamoró de la tía Rosa", subraya Colom.

Vivió cerca de Lyon hasta su jubilación, cuando retomó su pasión por la cultura y la escritura. También empezó a frecuentar más veces Mallorca. "En cada visita nunca faltaba un ramo de flores para la tumba de su padre, en el cementerio de Bunyola. Allí están también sus cenizas; pese a morir en Ginebra, quiso que sus restos se trasladaran aquí, junto con los de su esposo", explica su sobrino. "Era una mujer con criterio e ideas muy definidas, luchadora por los derechos humanos, contraria a la beatería y al caciquismo que había en el pueblo. La gente se dividía entre los que iban a misa, de derechas, muy respetados; y los que como mi tía creían que había muchas maneras de hacer el bien", elogia Colom, que termina con una anécdota: "Un día paseando por Jaume III se enfrentó a unos nazis que habían instalado un expositor con propaganda xenófoba. Había cumplido los 70 años y les abroncó en medio de la calle. Nunca dejó de plantarles cara".