La sociedad entera debería sensibilizarse, ante el drama de los astros deportivos que no saben enfrenarse al ocaso de sus carreras. Estrellas como Paul Gascoigne o Mike Tyson, se arruinaron en cuanto descendió su nivel de ingresos. De ahí que, en un gesto de solidaridad altruista que justificaría por sí solo la llegada de la izquierda al Govern, el Pacto de Progreso le haya garantizado el futuro a Rafael Nadal y a sus familiares hasta el tercer grado de consanguinidad.
La Ley de Vivienda para Nadal cumple el precepto constitucional de que todos los españoles deben gozar de una casa digna, un mandato que no excluye a los tenistas. De hecho, el eterno campeón podrá elegir dónde pernoctar entre las 250 habitaciones de su hotel, casi una por cada día del año. Otro problema social resuelto por el Pacto, con el mérito adicional de que el deportista solo utiliza la izquierda para empuñar la raqueta.
Nadal no ha tenido que comprarse un hotel para incorporarse al empresariado turístico. Le ha bastado con adquirir un rústico y explotar la triquiñuela de una academia, que encima es una triste sucursal del auténtico Rafa Nadal Tennis Centre de Cancún. La tradición mallorquina impone la legislación como una vía para beneficiar a los privilegiados. Aquí, la Ley de Vivienda para Nadal es el beneficio en sí misma.
Para evitar despistes, en los bancos del Parlament se alinea un tío de Nadal encargado de vigilar el negocio, por mucho que se ausentara durante la votación. Este diputado demuestra que el linaje regio no atrae turistas, y mucho menos capta votos. Con el otro Rafael Nadal en sus filas, el PP ha obtenido los peores resultados de su historia en Mallorca.
La Ley de Vivienda para un millón de personas se ha retrasado hasta hallar la solución habitacional de una de ellas. Al Pacto de Progreso le importa la residencia de Nadal por encima de las casas de todos los mallorquines. Al PP solo le preocupa la casa del tenista, y los demás mallorquines allá se las compongan. Menudo dilema, elegir entre partidos así.
