La palabra amistad es insuficiente. Jaume Matas es un clon de Eduardo Zaplana, su gran maestro desde que se conocieron a través de la esposa valenciana del mallorquín, Maite Areal. El dos veces president de Balears moldeó su carrera de ministro de Aznar en la estela de su ídolo. Le copió hasta el médico dietista, un maestro del sadismo alimenticio que conseguía que la ropa siempre pareciera una talla más grande. Antoni Pastor se sumó al suplicio con entusiasmo, porque en aquellos tiempos adoraba a Matas y se había inmolado en su nombre en Operación Mapau.

La gestión política de Zaplana y de Matas se basa en que el dinero público es infinito, y en que su gasto no necesita justificación. Así lo ha confesado el segundo en los tribunales, en alguna de su media docena de condenas. El cartagenero deberá aplicarse los consejos que prodigaba a su imitador en mayo de 2011 en Madrid.

Sentados a manteles en un lujoso restaurante junto a la Castellana, el consejero de Telefónica impartía al mallorquín las consignas para su defensa judicial durante la opípara cena. Desplazó al eficaz Rafael Perera, desesperado por la egolatría de un cliente que confesaba sus fechorías con tal de salir en el programa de Jordi Évole.

Matas atendía sumiso a las instrucciones de su mentor. Zaplana diseñó la estrategia defensiva que, gracias a su intercesión ante el Supremo, rebajó la condena al mallorquín de seis años a nueve meses. Este comportamiento ya no despierta incredulidad, ahora que se ha destripado la politización del alto tribunal.

Quien desconfíe del testimonio periodístico puede refugiarse en las grabaciones judiciales del Palma Arena. Mientras Matas evoca la deuda contraída por el fiscal Bartomeu Barceló con su augusta persona, Maite Areal y Zaplana mantienen una enternecedora conversación, donde el ayer detenido se desvive por sus íntimos amigos.

En 2011, Matas tenía que esperar veinte minutos en el restaurante madrileño, antes de que apareciera su salvador. Se había invertido la situación de dependencia de la década anterior. Zaplana llega al Gobierno Aznar dos años después del mallorquín, pero con mayor bagaje dentro del PP. El de Cartagena apadrina la proyección de su discípulo, muy dañado ya por el caso Formentera. Cuando Matas corona la cumbre folklórica de una conferencia en el Club Siglo XXI, no hace falta especificar a cargo de quién corrió la presentación.

En Pula, el foco del PP en la Costa de los Pinos, se cebó el núcleo de influencia del Gobierno de la mayoría absoluta del PP. Una supuesta conferencia-coloquio reunía a Matas, Javier Arenas... y el inevitable Zaplana.

Una vez que Aznar se deshace de Matas enviándolo a reconquistar el Govern contra su voluntad, Zaplana no podía faltar en la toma de posesión de 2003, junto a tan destacadas figuras populares como Ana Pastor y el entonces vicepresidente Mariano Rajoy. Al año siguiente, el ministro de Trabajo se quedaba sin ídem por culpa de las mentiras del 11M. Comenzaba así su exilio dorado en Mallorca.

Exilio dorado en Mallorca

A partir de 2004, Zaplana encoge a vulgar diputado y se instala en la isla como consejero áulico de Matas y embajador del Govern. El refugiado político disfrutó de estancias en hoteles de lujo como Mardavall o Son Vida. Era frecuente verlo corretear por Puerto Portals, siempre atento a las zonas donde pudiera ser reconocido y agasajado. Se pasaba más tiempo en la isla que el propio president del Govern, otro obsesionado con los viajes a todo tren.

En su época de suprapresident del Govern, Castellón de Zaplana estaba más bronceado que su sombra. El puente con Matas lo establecía María Salom, la ariete del cartagenero en el Congreso con la misma vehemencia que despliega hoy para combatir el ficticio independentismo balear. La repesentante del Gobierno viajó a Madrid para honrar al desahuciado Matas en una comida, pero no ha podido consolar a su entrañable Zaplana antes de la detención. Al igual que Esperanza Aguirre, la favorita de Rajoy en la isla no tiene mucha suerte en la elección de sus amigos.

Ayer quedó al desnudo la tarifa Zaplana, eje de sus enseñanzas. Desde la lucidez que otorga el espejo retrovisor, cabe preguntarse si existe un solo capítulo en la biografía de Matas que no haya sido visado por su protector. El mallorquín cayó por haber perdido el poder, un crimen inexpiable en la derecha. Su progenitor político se derrumba por haber acusado a Rajoy, mediante intermediarios, de pactar con Zapatero un doble juego con la desaparición de ETA. El PP sigue encomendado a su guerra civil.