"La primera vez me lo recetó el traumatólogo para el dolor de espalda. Eso fue hace diez o doce años. Tengo un dolor crónico y llevaba mucho tiempo con fisios y analgésicos sin que nada me aliviara. Hasta que probé el Tramadol y me quitó todo el dolor. No fue solo una sensación de bienestar, fue mucho más. Es como fumarse un porro, fue un colocón".

Habla Verónica, madrileña de 39 años que, junto a Birgitta, sueca de 73, sigue un tratamiento en la clínica Capistrano para intentar superar su adicción a los opiáceos en general y al Tramadol en particular, un potente analgésico recetado para aliviar el dolor.

"Al principio me lo tomaba solo cuando tenía un dolor fuerte. Luego ya me lo tomaba también alguna noche para dormir bien. Solo me lo permitía una vez a la semana, pero luego fueron dos, tres, cuatro... Te das cuenta de que tienes un problema en el momento en el que te lo tomas sin que te duela nada", explica Verónica, orgullosa por llevar 28 días sin consumir.

Birgitta ha estado los últimos cinco años enganchada a este opiáceo. "Tengo escoliosis, pero nunca me molestó hasta que tuve una caída y empecé a sentir muchos dolores. El Tramadol no me quitaba el dolor, pero en cambio me aliviaba mucho la ansiedad. Tenía mucha ansiedad, me despertaba muy mal por las mañanas, y me di cuenta de que me ayudaba mucho. Así que empecé tomando uno por la mañana, después dos cada cuatro horas...", recuerda.

"Yo llegué a tomarlos de diez en diez", interviene Verónica. "Si tomaba dos, tres o cuatro no me hacían ningún efecto. En el prospecto ponía que no se podían tomar más de ocho. Un día me pasé y vi que no pasaba nada, así que seguí aumentando la dosis. Estos dos últimos años he llegado a tomar veinte al día", admite esta madrileña.

Llegó un momento en el que ningún médico se lo recetaba. Y en todas las farmacias de Madrid por las que peregribana se negaban a vendérselo sin prescripción médica. Así que los últimos dos años compraba el Tramadol por Internet. Primero en farmacias on-line aparentemente legales; después, en el mercado negro.

"Al principio era fácil conseguirlo. Había páginas que parecían más o menos serias en las que un médico te hacía un cuestionario. Claro, tú mentías lo que te daba la gana y te enviaban las pastillas. Las comprabas de aquella manera pero parecía legal", explica.

"Pero el último año ya me asusté. Esas webs fueron cerrando y tuve que comprar en otras más piratas. Las cajas venían de Singapur, sin prospecto ni nada. Y carísimas, claro. Yo aprovechaba una oferta: 400 pastillas por 400 euros. Normalmente hacía dos pedidos al mes, así que me gastaba unos 800 euros", subraya Verónica.

Birgitta, en cambio, compraba el opiáceo en farmacias de Mallorca sin receta. "En Suecia hubiera sido imposible, allí el Tramadol está casi proscrito. Pero es que allí prácticamente no puedes comprar ni aspirinas sin receta. Me iba muy bien para la ansiedad, pero no me dejaba hacer una vida normal porque al caminar perdía el equilibrio", relata esta sueca quien, hace años, pasó por la clínica Capistrano para superar un problema de alcoholismo.

"Puede haber una dependencia de fármacos sin que haya una adicción", matiza José María Vázquez Roel, director de la clínica. "Por ejemplo, una persona gravemente enferma o en estado terminal necesita morfina, que es el analgésico más potente", subraya, al tiempo que incide en la dificultad de curar las adicciones a los fármacos.

"A nivel ambulatorio es muy difícil y el psiquiatra normalmente tampoco tiene herramientas. Puede recomendar al paciente que reduzca la cantidad, pero en todos mis años de experiencia profesional jamás he visto que alguien sea capaz de reducir la benzodiacepinas de forma ambulatoria, y menos el Tramadol. Veo escepticismo en los médicos. Quizás la manera más cómoda de tratar con pacientes que lo están pasando tan mal sea darle la medicación. Pero es un error", argumenta Vázquez.

Mezcla de medicamentos

"Yo mezclaba el Tramadol con benzodiacepinas. Con el Tramadol te sentías muy a gusto, nunca te cansabas, pero no me dejaba dormir bien. Así que juntaba las dos cosas y era fenomenal. También comía menos para que me hiciera más efecto", dice Verónica.

Pero un día hubo un punto de inflexión: "Mi tío falleció hace cuatro meses de un cáncer. Las dos últimas semanas le daban Tramadol para aguantar el dolor. Cuando vi que solo tomaba solo dos al día me causó un 'shock' porque yo estaba tomando veinte".

El director de la clínica considera recetar opiáceos debería ser el último recurso. "El dolor puede prevenirse haciendo ejercicio, especialmente natación, y tomando analgésicos de otro tipo. Para matar una mosca no hay que usar una escopeta. Es un problema que va a más, hay un aumento de consumo de estos medicamentos. Hablamos de que cualquier persona puede engancharse fácilmente a una sustancia que rápidamente le alivia el dolor", advierte.

Verónica y Birgitta confían en poder seguir viviendo sin fármacos, aunque no ocultan sus temores. "Le tengo miedo al dolor. Ahora es soportable, pero me da miedo cuando vuelva a mi vida normal", confiesa la madrileña.