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Opinión

En el cole

En el cole

Se me dirá que soy un carca -fascista, pese a lo que prolifera estos días el adjetivo, quizá resulte exagerado- pero creo que los niños ni aprenden más ni se les forma mejor ampliando la estancia en la escuela, ya sea por medio de la "sexta hora", de clases particulares de idiomas o del invento que se quiera añadir. Otra cosa es que a algunos padres les vaya muy bien utilizar las aulas como aparcamiento de niños o que los dueños de los colegios busquen fórmulas para poder aumentar su rentabilidad. Pero lo cierto es que existen dos áreas en nuestras sociedades actuales que no deberían jamás plantearse, a mi entender, como negocio: la enseñanza y la sanidad.

Estamos ahora en la primera de ellas y el reportaje de estas páginas habla de la voluntad del Govern de subir los conciertos de los centros privados siempre que se garantice la enseñanza gratuita establecida por ley. Hablamos, claro, de enseñanza en sentido estricto, no de la parafernalia que la rodea desde los comedores al transporte escolar, pasando por todo ese conjunto de materiales tan necesarios (supongo) para el alumno como costosos para sus familias. Con el añadido de que los pagos voluntarios puede que sean obligados ante la amenaza de una segregación. El primer colegio del que no me echaron, siendo muy niño en Madrid, era llamado de manera pomposa Instituto Nacional de Selección Escolar pero años antes se conocía como Colegio Alemán. Se ve que tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, se pensó que era mejor cambiarle el nombre. Pues bien, en ese centro nos enseñaban -antes de hacer el ingreso en la enseñanza primaria- inglés, francés, alemán y latín (como lengua viva, es decir, hablado) pero los alumnos sin posibles llevaban la comida desde sus casas. Se les obligaba a comer en un aula aparte. En aquellos años aprendí dos cosas: lo que es la discriminación y lo que supone no tener casi un minuto libre para ir al recreo. Cuando mi familia se mudó a Mallorca, pude jugar por primera vez en la calle y librarme de la sobreprotección. Me costó varios moratones y casi ahogarme -entonces no sabía nadar- pero entre el Colegio de San Francisco, las calles de El Terreno y la piscina de S´Aigo Dolça me enseñaron a vivir.

En el fondo lo que se discute, o lo que se debería discutir, es qué tipo de educación hay que dar a los niños. O mejor dicho, qué hay que cambiar habida cuenta de que cada vez se les educa menos. En la tarea de imaginar la fórmula más eficaz de enseñanza se nos han colado verdaderos disparates como la idea (¿) de que no hay que exigir que los críos se aprendan nada de memoria. En vez de hacerles trabajar cuando corresponde, se les abruma a fuerza de horas extras y actividades de dudoso fin. Tenemos el resultado ante nosotros y sin necesidad de consultar informe PRISA alguno. Pero hay más: un segundo error consiste en creer que es la escuela la que les va a formar, siendo así que la principal fuente de enseñanza es la familia. Los niños y los adolescentes seguirán el ejemplo de lo que ven en casa.

A ver si al final lo más necesario sería enseñar modales, cultura general y las cuatro reglas a quienes tienen hijos en edad escolar pero carecen de todo ello. Con la pésima noticia que eso resulta imposible, ni de forma gratuita ni asignando a tal capítulo los dineros que le saca el Partido Nacionalista Vasco a Rajoy.

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