Bartolomé Cursach desconectó ayer de sus muchos y variados problemas judiciales presenciando en Son Malferit la agónica victoria del Atlético Baleares frente al Alcoyano. El magnate de la noche ahora 'multiimputado' fue propietario del club blanquiazul entre 2011 y 2014, trienio saldado con un gasto millonario y un proyecto deportivo que se quedó a las puertas del ascenso.

Cursach, en libertad bajo fianza desde que el pasado 18 de abril consiguiera reunir un millón de euros en pocas horasmillón de euros en pocas horas, llegó a Son Malferit solo y vio el partido en compañía de Fernando Crespí, presidente del club blanquiazul y su hombre de confianza en aquella época. El empresario avisó al club de su presencia poco antes del encuentro.

El empresario ha vuelto al fútbol como ha vuelto a sus negocios. Ha pasado trece meses en la cárcel y busca recuperar la normalidad. O al menos, aparentarla. En breve se enfrentará a un primer macrojuicio en el que se le acusa de siete delitos, incluyendo coacciones, pertenencia a organización criminal y tráfico de influencias.

Cursach, un balearico que en 2002 se hizo con la propiedad del Real Mallorca, es socio VIP del Atlético Baleares. Un abono de temporada por el que paga mil euros y a cambio tiene derecho a aparcar dentro del recinto de Son Malferit y a presenciar los partidos del equipo local desde un palco exclusivo.

Es la única vinculación que el magnate mantiene a día de hoy con la entidad blanquiazul. Vendió todas sus acciones al actual propietario, Ingo Volckmann, con el que no mantiene ninguna relación. Sí hubo saludo entre ambos antes del partido.

Cursach encontró más afecto por parte de algunos aficionados y empleados del club. Llegó a ser muy popular entre la parroquia blanquiazul cuando dirigía los destinos de la entidad y por lo visto ayer conserva parte de aquel ascendiente.

En 2011 el magnate adquirió un club cuya única ambición era sobrevivir y le dio un vuelco fabricando plantillas de quilates a golpe de talonario. Rozó la gloria.

Ahora su Baleares pelea para no descender a Tercera. Gritó, gesticuló y sufrió como uno más en Son Malferit. Al final celebró un agónico triunfo. Oxígeno para el equipo, un paréntesis para él.