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Opinión

La belleza atrae la catástrofe

La belleza atrae la catástrofe

Mallorca padece una grave enfermedad. Es bella. Muy bella. Pero, como escribe Simon Leys, un especialista en literatura y arte chinos, "la belleza llama a la catástrofe del mismo modo que los campanarios atraen el rayo". Nuestra isla es tan hermosa que miles de nativos y foráneos se afanan en asesinarla. Y frente a este instinto criminal no hay normativas ni policías urbanísticos capaces de salvarla.

El primer conseller de Obras Públicas del Govern de Cañellas fue Jeroni Saiz. Durante un recorrido por la isla con varios periodistas explicaba uno de los principios básicos del urbanismo: "Es como un camión lanzado a gran velocidad, cuando decides frenar de forma repentina, la inercia hará que siga circulando cientos de metros".

La historia de la ordenación del territorio en Mallorca prueba de forma exhaustiva esta ley. Jaume Cladera promulgó en los años 80 los primeros decretos de ordenación de la oferta turística. Fueron llamados Cladera I y Cladera II y obligaban a los establecimientos a contar, entre otras cosas, con 60 metros cuadrados de zona verde por cada plaza turística. Los empresarios aplaudían esta apuesta por la calidad en las reuniones que mantenían en la sede de la calle Montenegro, pero apenas finalizaba el encuentro se apresuraban a redactar proyectos para presentarlos antes de que la norma entrara en vigor. Un decreto restrictivo se convirtió en un acelerador de la oferta.

Ocurre lo mismo con los planes de ordenación del Consell. En cuanto asoma una hipotética limitación en el horizonte, los despachos de arquitectos echan humo para presentar reformas o nuevas construcciones. No importa que los políticos juren que no se incrementará la parcela mínima para edificar. Nadie les cree.

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