"Hay sobreexplotación pesquera", comienza Pep Coll, "pero estamos mejor que en los últimos diez años del siglo XX. La flota pesquera se ha reducido en un 60% en los últimos treinta años. Ahora tenemos cuatrocientos llaüts menos que en el año 1986, embarcaciones que han dejado de calar redes de hasta un kilómetro de longitud. Hay sobreexplotación en vías de recuperación", matiza este biólogo.

Si Coll se ha dedicado a censar peces de roca en las reservas marinas siguiendo un método australiano, su compañero y colega David Díaz se ha especializado en las langostas y en evaluar los efectos de las áreas del litoral protegidas. "Mallorca es la isla en la que peor estado se encuentra su litoral por la fuerte presión humana que padece. Estamos en la era del antropoceno. Si quitáramos barcos de nuestras aguas, el ecosistema marino se recuperaría", sostiene.

La presión de las artes menores ha sido sustituida por la pesca de alta tecnología que usa sondas, gps y sistemas de posición dinámica que consiguen que la embarcación siempre pesque encima de la roca (donde se refugian las especies más preciadas), independientemente de las corrientes y el estado de la mar. "Y a precios irrisorios", apunta Díaz.

"Yo las nuevas tecnologías las eliminaría, porque están afectando a unos recursos públicos", sostiene categórico Coll. "Yo las regularía", diferencia más conciliador Díaz, que concluye que los pescadores artesanales están cambiando sus artes de pesca tradicionales por las más avanzadas que usan los pescadores recreativos. Nunca mejor dicho, no se pueden poner puertas al mar como tampoco se pueden limitar las nuevas tecnologías.

Otro de los problemas que tiene el mar balear es el cambio climático, por las modificaciones que conlleva el calentamiento global del planeta y que afectan sobremanera al medio marino.

En un mar mediterráneo oligotrófico (pobre en nutrientes, de ahí la gran nitidez y visibilidad de las aguas de Balears) es necesario crear reservas marinas para preservar su fauna. Y entre ellas, Coll destaca la de Illots de Ponent, en Eivissa, pese a que en la actualidad no hay peces por la sobrepesca que ha padecido. "Es espectacular. Tiene grandes bloques de piedra con fuertes caídas y muchas oquedades. Y están bañadas por corrientes marinas que las riegan de nutrientes como si de un servicio de catering a domicilio se tratase", explica gráficamente. No obstante, sostiene a continuación que "se están vulgarizando las reservas. Y, además, está demostrado que funcionan mejor las pequeñas", zanja.

Díaz comparte esta opinión y no está totalmente de acuerdo con la ampliación del parque nacional de Cabrera, toda vez que "la gran parte de la presión en el medio marino se produce entre los cero y los cincuenta metros de profundidad (en las zonas costeras donde el ser humano interactúa más con él)".

"Pero hay más diversidad en el impacto que produce la pesca de arrastre (la efectuada a más distancia de la costa con grandes redes a gran profundidad que, además, discriminan menos las capturas), discrepa Coll.

Mortandad de meros

Entre los efectos beneficiosos de las reservas marinas, David Díaz señala que en ellas los ejemplares de peces tienen la posibilidad de hacerse más grandes y, con ello, más "termotolerantes", esto es, que tienen más posibilidades a sobrevivir a efectos del cambio climático en el mar como el calentamiento del agua.

Entre los contras, su homólogo Pep Coll esgrime la mayor mortandad que pueden provocar agentes infecciosos en zonas con poblaciones amplias de peces. "Entre los años 2009 y 2016 apareció un virus en Cabrera, un Nodavirus al parecer procedente de granjas de peces en Italia, que afectaba al sistema nervioso de los meros haciéndoles perder flotabilidad y que se contagiaba por contacto entre ellos mismos. Y como había muchos meros juntos, pues provocó una gran mortandad. Se podían ver en Cabrera muchos meros muertos flotando en el agua que, en otras zonas del litoral mallorquín, por la escasa densidad de la especie y la nula posibilidad de contacto, no se produjo".

Antes de que fuera declarado parque nacional (1991), el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) realizó un informe (1986) en el que se determinó que los doscientos barcos que faenaban en Cabrera ocasionaban más daño que las maniobras militares marítimas. Y el recurso pesquero estaba muy sobreexplotado.

Pero como el mar responde muy bien a los cuidados, en tan solo una década (1991-2001) las aguas del archipiélago meridional recobraron su vida.

No obstante, David Díaz lamenta que los fondos de Cabrera sigan llenos de redes, lo que demuestra que, pese a gozar de la figura medioambiental que confiere la máxima protección, se siga pescando en sus aguas.

Este biólogo, en unas de sus inmersiones en el archipiélago protegido, vio a gran profundidad marcas de coral rojo (muy valioso para su uso en joyería) excavado. Una actividad extractiva prohibida que, además, se sospecha que se produjo después de la declaración del parque nacional. Además, en sus múltiples inmersiones por varios puntos de la isla ha constatado que las colonias de esta especie no tienen la talla mínima legal para ser extraídas (un mínimo de 7 milímetros de grosor en su base) y, a pesar de ello, el coral rojo se sigue pescando en Mallorca.

Aunque estos biólogos subrayan que el litoral balear está mucho mejor conservado que otras zonas y no dudan en calificarlo como "la joya del Mediterráneo" -entre otros motivos "porque aquí hay gestores del medio marino que saben lo que están haciendo"-, aseguran que muchas de las reservas marinas creadas en Mallorca (sa Dragonera, las Malgrats, El Toro, Badia de Palma y las de Migjorn y Llevant) se hicieron para ayudar a los pescadores de artes menores, ellos sí "una especie en peligro de extinción".

Unas reservas que han contribuido a preservar un mar que, ambos coinciden, "es muy agradecido, si lo proteges, reacciona". Un mar que, concluyen, "es el último reducto de libertad que le queda al ser humano".