Lo malo de las manifestaciones es que se cuelan quienes tienen nada que ver, y solo pretenden sabotearlas. Después se acusará a los promotores de rebelión, tan lindamente. Los actos masivos del Día Internacional de la Mujer debieron incluir un "reservado el derecho de admisión", porque incluso la Fundación Francisco Franco aspiraba a sumarse a la convocatoria para reivindicar a Doña Carmen.
Entre los vivos que se aferran a causas ajenas sobresale Soraya Sáenz de Santamaría, la segunda persona más poderosa de España en el último recuento. Anteayer mismo proclamó compungida que "hasta las vicepresidentas del Gobierno tenemos que vivir algunos comportamientos machistas inaceptables".
Hasta ahí podíamos llegar. La extensión de la condición de víctima a toda una vicepresidenta del Gobierno, y fíjense cómo ella misma enarbola su cargo para distinguirse de las camareras de pisos, obliga a tomarse este asunto en serio. Así lo ordena la propia Sáenz, ahora reinvestida como número dos del ejecutivo.
La idea de que la ejemplar movilización de ayer pretende reforzar la posición de la vicepresidenta, insulta a las sufridas convocantes y a las víctimas reales. El único que puede tratar a Sáenz con machismo es Rajoy, y no queda claro si se refiere al presidente como "inaceptable".
Tal vez la vicepresidenta necesita más decenas de policías a su vera para preservarla, cuando falta presupuesto para proteger a las auténticas maltratadas. También podría limitarse a la solidaridad con las afectadas, en lugar de promocionarse como la primera de ellas.
Al día siguiente del acontecimiento más singular de la legislatura, en España reina un monarca que sorteó a sus dos hermanas, pero cuya esposa también se siente agraviada por el machismo. Los candidatos de los cuatro mayores partidos a las próximas elecciones se llaman Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. ¿Alguno de ellos cederá su puesto a Susana Díaz, Inés Arrimadas, Irene Montero o, sí, Soraya Sáenz de Santamaría?
