La saturación turística aceptada por consenso marcha en Balears en sintonía con una explosión demográfica sin parangón en la historia del archipiélago. El estancamiento poblacional de la mayoría de regiones españolas a lo largo de este milenio, queda contradicho en la comunidad insular con un aumento de 306 mil personas. Este factor equivale a la creación de una nueva ciudad de Palma. La evolución simultánea de los habitantes y visitantes ha sido compendiada en el estudio Repensar Balears del Cercle d'Economia.

En el registro más próximo, correspondiente a 2016, la población estatal experimentó un leve impulso del 0,2 por ciento. Sin embargo, Balears se colocaba al borde del 1,4 en la misma escala. Es decir, se multiplica por siete el promedio estatal. Se trata por supuesto del mayor incremento regional, un margen consolidado sin excepciones durante los años de la crisis.

Los aumentos de residentes se acompasan a las distintas islas, pero adquieren proporciones de colapso en Mallorca. Con más de doscientas mil incorporaciones en este milenio, decenas de inmigrantes se dirigen a diario a la isla. La magnitud del boom demográfico escapa a cualquier criterio vegetativo, y se traduce en una comunidad de proporciones babélicas. En la actualidad, casi la mitad de los residentes no han nacido en el territorio insular.

Sumando a los inmigrantes de segunda generación, el concepto de población autóctona queda espectacularmente diluido. En ocasiones, los crecimientos relativos superan en dramatismo a los absolutos. Así, el vertiginoso salto en Formentera de cinco a doce mil residentes. Un cambio de tan sobrecogedora envergadura trasciende lo cuantitativo para inaugurar una nueva forma de sociedad.

Si Balears careciera por completo de turismo, la población residencial sería suficiente por sí sola para garantizar una perspectiva angustiosa. Al introducir a los visitantes ocasionales en la ecuación, se disparan las alarmas. De hecho, el discurso hotelero apunta ahora hacia una admisión de las condiciones de saturación, pero descargando el fenómeno sobre los hombros de los habitantes fijos de la comunidad.

Anualmente, uno de cada cien turistas de todo el planeta se encamina hacia una comunidad que solo cubre una en treinta mil de las superficies emergidas. Esta desproporción no solo aflora desde una panorámica internacional. La representación del número de turistas por habitante se halla en Balears entre ocho y nueve visitantes por cada nativo.

Canarias, que también se separa de la media española en peso turístico, afronta un impacto que equivale a la mitad del registrado en Balears. La comunidad insular atlántica se beneficia además de una temporada distribuida más equitativamente a lo largo del calendario, sin el factor disuasorio de la estacionalidad.

Cataluña protagoniza ahora mismo un crecimiento meteórico de su población flotante. De hecho, es una de las regiones europeas que se erigieron en la avanzadilla de las movilizaciones contra la saturación. Pese a las espectaculares imágenes de una Barcelona abigarrada, la proporción de turistas en Balears casi multiplica por cinco a la catalana. Ningún indicio permite aventurar la inversión de esta tendencia.

El principal argumento a favor del mantenimiento de los flujos desatados establece que las incorporaciones son el mejor termómetro de la solidez económica de Balears. Sin embargo, también aquí salta la sorpresa en el informe elaborado por el Cercle d'Economia. Hasta mediada la década de los ochenta, el Producto Interior Bruto de Balears crecía con notable ventaja sobre el aumento de la población. En aquel momento, ya se habían registrado las grandes oleadas migratorias, con una estabilización que la ingenuidad carente de análisis consideraba vigente en la actualidad.

Sin embargo, la auténtica explosión demográfica se registra a partir de los noventa. Se dobla prácticamente la velocidad de crucero experimentada en los años sesenta. Con una diferencia preocupante, el estancamiento casi absoluto del PIB. A más gente, menos riqueza a repartir. Balears no solo encabezaba sin problemas la clasificación por renta de las comunidades españolas en los ochenta, sino que superaba la media europea tuteando a los länder alemanes.

Aquel balance idílico se ha disuelto sin trazas de recomponerse. La campeona ha descendido a la séptima plaza, por debajo de comunidades sin el maná ni las constricciones del turismo. En cuanto se añaden variables sociales al mapa, Balears desciende escalones adicionales. Solo el espejismo de la industria inmobiliaria disimula la realidad del estrangulamiento de la riqueza.

Los residentes acumulados a lo largo del siglo XXI equivalen a que Balears hubiera ocupado cinco nuevas islas con la densidad precedente. En concreto, dos nuevas menorcas, dos nuevas eivissas y una formentera a estrenar. Al tomar en consideración el peso de los turistas, el archipiélago necesitaría doblar su superficie para alcanzar la holgura existente en 2000. Un repaso a la hemeroteca permite comprobar que ya por aquellas fechas se alertaba sobre riesgos medioambientales ahora acuciantes.

El disparatado crecimiento demográfico repercute en la mayor planta automovilística del Estado, y en un déficit notable en el funcionamiento de los servicios públicos. En cuanto al origen de los nuevos mallorquines, proceden en igual proporción de países comunitarios y extracomunitarios.