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Opinión

Mecenas (Extranjeros, claro es)

La mala noticia es que los filántropos holandeses confían en convencer a inversores de las islas

Mecenas (Extranjeros, claro es)

Será cosa de revisar la fobia a los extranjeros que crece en los últimos tiempos en Mallorca como parte de los ideales políticos soberanistas. El odio a algunos de los guiris, al menos, porque una familia holandesa que veranea en la isla desde hace tres décadas acaba de aportar, a través de su fundación, Adessium, nada menos que un millón largo de euros para instalar una filial de nombre Marilles que contribuya a desarrollar proyectos de defensa del medio marino del archipiélago. Ésa es la buena noticia. La mala, que los filántropos holandeses confían en convencer a inversores privados de las islas para que contribuyan al esfuerzo proteccionista alcanzando un capital de cerca de tres o cuatro millones de euros.

Optimismo, se llama esa figura. Desde que Mallorca dio el salto a la economía turística allá por la década de los años setenta del siglo pasado, son muchos los empresarios que han hecho fortunas bárbaras. En especial los ligados a la hostelería y, en no pocos casos, gracias a la destrucción de los recursos naturales que atrajeron ya a los primeros visitantes. Basta con dar una vuelta al litoral de la isla a poca distancia de la costa; ninguna otra prueba indica mejor el alcance de la destrucción.

Ni que decir tiene que la cultura del mecenazgo, que en lugares como Estados Unidos habría llevado a la proliferación de donaciones destinadas a devolver a Mallorca una parte al menos de lo que sacaron los megamillonarios de ella, ha brillado por su luminosa ausencia. Somos como somos, y se acabó. Así que el apoyo de Marilles a la pesca sostenible, al control de la contaminación o a la enseñanza medioambiental corre el peligro de convertirse en la ´rara avis´ local, en el dodó devorado por los predadores de costumbre. Y no puede decirse que vaya a extrañarle eso a nadie.

Al tiempo habrá que remitirse o, por precisar mejor los indicios, a los resultados que obtengan los técnicos de Marilles en la presentación de sus proyectos a los empresarios, los ecologistas y la clase política. Hay precedentes, por supuesto. Como el de los hoteleros que, mediante la iniciativa emprendida por el entonces rector Nadal Batle, fueron honrados por la Universitat de les Illes Balears en un intento de promover esos lazos de ida y vuelta entre negocio y sociedad. Ni que decir tiene que no condujeron ni al más mínimo gesto. Y por lo que hace a las organizaciones ecologistas y las instancias políticas, que son a menudo lo mismo, ¿alberga alguien de verdad alguna esperanza?

La semilla sembrada por hoteleros con amplia conciencia cultural, como el llorado Tomeu Buadas, de poco ha servido más allá de lo que sus sucesores intentan todavía arañar. Así que, al cabo, lo que cabría desear no es que iniciativas como la de Marilles se extendiesen, que no lo van a hacer.

Puestos a fijarse objetivos utópicos, lo mejor sería que nos volviésemos holandeses, rescatando aquel globo sonda que apareció hace cosa de cuarenta años cuando no sé qué político alemán propuso comprar Mallorca. Lo conseguiría de hecho a la postre porque buena parte de las islas está ya en manos centroeuropeas, pero no por medio del mecanismo ideal que habría sido el volvernos nosotros no republicanos de la Ínsula Barataria sino parte del imperio austrohúngaro, es decir, súbditos de Sissí. Ni siquiera el archiduque Luis Salvador llegó tan lejos, y bien que se añora que su huella haya desaparecido ya.

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