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Opinión

Pobres

Ser pobre en una de las sociedades más ricas del planeta supone serlo dos veces

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Le llaman pobreza energética pero el adjetivo, sobra. Ser pobre en una de las sociedades más ricas del planeta, como es la europea, supone serlo dos veces; más aún desde que desapareció el Estado del Bienestar dando paso a este mundo tremendo del siglo XXI en el que hay familias numerosas con los dos progenitores en el paro, inmigrantes sin trabajo que echarse a las espaldas o pensionistas del montón -que ahí cabe la gran mayoría de los que existen- teniéndose que enfrentar a los inviernos sin calefacción, a las noches a media luz y a la cocina apagada. Dicen que es el mercado el que fija el precio de la electricidad y, desde luego, sabíamos desde los tiempos de Adam Smith que es así. Pero se supone que el progreso a lo largo de la Historia consiste en dar con fórmulas de reparto de la riqueza que permitan convertir la justicia distributiva en algo más que un concepto para uso de académicos. No sólo no llega eso, convertido ya como está en una utopía, sino que ahora las revoluciones se quieren hacer poniendo más énfasis -y más dinero- a disposición de las señas diferenciales respecto del vecino que de la compensación de las diferencias que puedan existir dentro de la propia sociedad. Y las hay en abundancia.

La caridad -llamémosle por su nombre- compensa a duras penas el drama convirtiendo la muerte en agonía perpetua. Pero seguimos mirándonos el ombligo de la Constitución, esa que dice que todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna, y discutiendo sobre cómo hay que cambiarla. Está bien claro: habría que hacer que fuese algo más que un papel mojado de lujo, pero inútil. Igual nos damos cuenta alguna vez que es ése el principal problema que tenemos entre las manos.

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