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La fiesta en paz

El Govern juega a la ruleta rusa

La dimisión de Barceló por una acción pueril y las diferencias en el proceso de sucesión dinamitan la credibilidad del pacto de izquierdas

Barceló lleva un año fuera de la conselleria. m. mielniezuk

Nadie del PSM o de su versión moderna de Més ha dilapidado tanto capital político en tan poco tiempo. Biel Barceló aspiró, con el aliento de Alberto Jarabo desde una esquina del cuadrilátero, a presidir el Govern, pero no aguantó ni el primer asalto a Francina Armengol. Esta semana ha perdido la vicepresidencia del Govern y la potente conselleria de Turismo por un error pueril y por el hartazgo de sus propios correligionarios, cansados de que su gran líder se haya mostrado como un enano político con pies de barro.

Barceló disfrutó entre el 5 y el 10 de diciembre de unas vacaciones gratuitas en el Caribe. Viajó invitado por un programa de televisión en el que ha colaborado, aunque quien realmente pagaba los gastos era el grupo empresarial turístico Globalia. Para disfrutar de su descanso el vicepresidente se saltó un pleno parlamentario en el que se votaba una importante ley que, además, abría una crisis entre Més y el PSOE por un supuesto trato de favor de los socialistas a Abel Matutes. ¿Ninguno de los numerosos asesores de su conselleria le advirtió de que estaba jugando con fuego?

Diario de Mallorca desveló el día 12 en exclusiva la razón de la ausencia del político nacionalista y advirtió de la evidente vulneración de los códigos éticos del Govern y del partido. Menos de 48 horas después, Biel Barceló dimitió de sus cargos en el Ejecutivo autonómico. Todo un ejemplo para el Biel Company de la langosta en Cabrera. Por cierto, ¿nadie en el PP reparó en que quizás no era la persona adecuada para exigir cabezas por aceptar regalos?

Barceló habló diez horas antes de dimitir de “reconducir la situación”. Palabras que demuestran que pensaba esquivar una vez más la responsabilidad política. Fue el sanedrín de Més quien le dejó caer después de calibrar los numerosos charcos en los que se había metido desde julio de 2015: los contratos con Jaume Garau, la ‘ley Frankenstein’ de alquiler turístico o la elección como cargos de su equipo de Pere Muñoz y Pilar Carbonell pese a las reticencias en su propio partido.

A lo sufrido por Barceló le viene como anillo al dedo una de las meditaciones de Marco Aurelio: “El tiempo es un río y una corriente impetuosa de acontecimientos. Apenas se deja ver cada cosa, es arrastrada; se presenta otra y esta también va a ser arrastrada”.

El ex vicepresidente lleva un año dejándose arrastrar. Más que por la gestión de la Conselleria o el hecho de dejarse seducir por los placeres caribeños, ha caído porque ha defraudado las expectativas de liderazgo que las bases de Més habían depositado en él.

La izquierda en Balears entra en la etapa de las urgencias. A menos de 18 meses de las elecciones municipales y autonómicas, a los que habría que descontar seis de inevitables hostilidades internas para marcar distancias, Més necesita encontrar y promocionar un líder. Por su parte, el Govern debe ofrecer apariencia de eficiencia para que los ciudadanos rompan la dinámica de relevos izquierda-derecha que se ha instalada desde 1999 en las instituciones autonómicas.

Para la coalición de izquierdas no importa tanto quién es el nuevo vicepresidente o vicepresidenta, quien se ocupa de los asuntos turísticos o si Podemos entra o no en el Ejecutivo, como elaborar un discurso creíble que satisfaga por separado a los electores del PSOE, Més y Podemos y les invite a soñar con una reedición del acuerdo.

La tensión interna en Més y en el seno del Govern a la hora de elegir a Bel Busquets como sucesora de Barceló dinamita la imagen de unidad del Pacto y, peor aún, transmite la idea de que ha primado el interés de partido sobre el ciudadano. Todos, aunque Podemos y Mae de la Concha intentan borrarse, han jugado a la ruleta rusa en la esperanza de que la bala le toque al otro.

A los ataques que comenzarán desde la derecha deben responder unidos pero no demasiado. Vender una gestión coordinada pero diferenciada por parte de cada formación. Propagar un mensaje de éxito del pacto, pero repartiendo a cachos los éxitos del conjunto.

Un encaje de bolillos que al elector le costará entender.

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