Decenas de miles de coches desembarcan cada primavera en el puerto de Palma para cubrir las necesidades de los millones de turistas deseosos de conocer los rincones más recónditos de la isla. La inmensa mayoría de estos vehículos son propiedad de multinacionales y están matriculados en las ciudades de la península donde los impuestos de circulación son más baratos -ya saben ellos lo que se hacen-.
Todo ello no importaría demasiado si no fuera porque los que pagamos la factura de la fiesta somos los tontos de siempre. Ya saben, beneficios privados, pérdidas públicas. Los indígenas nos encontramos con las carreteras saturadas a partir de Semana Santa, cuando ir a trabajar de Palma a s´Arenal, por ejemplo, te supone comerte un atasco diario de cuarenta minutos. Somos los que sufrimos vivir en una ciudad colapsada, donde aparcar es un calvario. Los que nos tenemos que aguantar la contaminación que provoca un parque automovilístico desproporcionado. Y los que acabamos pagando, en forma de impuestos, muchas infraestructuras que probablemente no necesitaríamos si no fuera por este exceso de vehículos. Y si tienen alguna duda, comparen lo que cuesta el impuesto de circulación en Palma con el de otras ciudades de su tamaño.
Hay que empezar a poner coto. Y como no se puede esperar un mínimo de autocontrol por parte de las empresas de alquiler (ellas hacen lo que tienen que hacer, que es ir donde está el negocio y ganar dinero), habría que pedir un poco de determinación al Govern. ¿Por qué no poner en marcha un impuesto especial para los coches de alquiler? Si se pudo hacer con la ecotasa, sería una buena solución para tratar de limitar los vehículos en circulación y de paso sacar un rendimiento para paliar los perjuicios que causan.
