Hace nueve años que escribí en este diario, en mi etapa de colaborador habitual, un artículo titulado La dignidad del militante en el que reflexionaba, entre otras cosas, sobre los motivos que inducen a las personas a afiliarse a un partido político. Fue a propósito de una visita que hice acompañado de Lentxu Rubial, hija del presidente del PSOE, Ramón Rubial, a la agrupación socialista de Balmaseda, un pueblo de Vizcaya, en cuya sede la nochebuena del año anterior a mi visita ETA puso una bomba de cinco kilos destruyendo la casa del pueblo y librándose por los pelos de la catástrofe los allí reunidos. La convicción y la valentía con que los socialistas balmasedanos defendían su proyecto político en un ambiente abertzale tan hostil, sin esperar prebendas a cambio y asumiendo los riesgos de su militancia, me impresionaron profundamente, sobre todo en una época en que ya se estaba generalizado la percepción social de que los partidos políticos sufrían un síndrome neurodegenerativo que los conducía al autismo, y que entre sus filas pululaban catervas de rufianes que enturbiaban la legitimidad de estos órganos de representación popular y participación política. Me convencí pues, en un rasgo de optimismo, que los ideales son los que llevan a las personas a pertenecer a un partido político.

Todo lo contrario a esa dignidad del militante en la defensa de sus ideales es lo que exhibió el senador Antich el pasado viernes 27 de octubre en el pleno del Senado. Su espantada afrentó no solo al grupo parlamentario socialista, sino a toda una militancia confiada en la bonhomía de sus cargos públicos. El expresidente de la Comunidad balear demostró con su conducta que está en el PSOE solo para utilizarlo como medio de vida. Así de simple y así de reduccionista. Casi seis lustros lleva viviendo de la política. Y es que la vida es también así de prosaica, siendo transitada por individuos de todas las condiciones y pelajes. Los hay dignos, valientes, arrojados, coherentes, leales? El viernes, el expresidente Antich se situó en las antípodas de estas virtudes. ¡O defectos! depende de la parte del muro en la que uno se sitúe. Y ya sabemos donde se colocó el de Algaida en ese día en que por primera vez en la historia de la democracia el Senado ha tenido un papel relevante en la defensa de la misma. Ese hombre que fue tildado de sencillo y que gobernó con el partido más corrupto de la historia de la democracia en dos pactos llamados, ¡qué ironía!, de progreso, se fue de palmero con los bolcheviques de tocador de la CUP, con los falsarios del PdCat, con los trabucaires y meapilas de ERC, y con toda la caterva que se pasa las reglas de juego democráticas por sus independentistas gónadas.

Antich intenta justificar su huida del escaño con una serie de argumentos que mueven a la risa. Dice que él no está en el senado para destruir una autonomía (¡que desconocimiento tan clamoroso de la democracia!), que pertenece a un partido en el que la diversidad es un valor (no recuerda cuando manu militari disolvió a los socialistas de Palma por su diversidad de opinión), y que se debe a un parlamento autonómico plural ( ¿acaso su nóminas se las pagan sus amigos los nacionalistas?). Su sencillez que tanto se encomió no ha resultado ser tal, sino simpleza, ausencia de complejidad analítica mental; y desde esa inanidad sus cálculos se limitan a simples reglas de tres para salvaguardar sus intereses personales. Y sus reglas, a buen seguro, son asegurarse en la próxima legislatura autonómica otros cuatro años más de prebendas hasta el jubileo feliz de los 65 años. Cosa complicada si hubiese cabreado a los socios de gobierno de su partido en las islas con su apoyo a la aplicación del artículo 155.

Conociendo al personaje, lo observé en el pleno durante la intervención del portavoz de su grupo parlamentario. ¡El senador Antich no lo aplaudió ni una sola vez! Solo unas tímidas palmas de cortesía al finalizar la intervención. Barruntándome la que se avecinaba, le pregunté a un veterano socialista con mucho predicamento, expresidente de comunidad autónoma como Antich y alto cargo en la Cámara, que pensaba que iba a votar el mallorquín. Me contestó muy serio, "Antich va votar lo que tiene que votar, con el dolor de su corazón"¡ Pues no!, su corazón no estaba dolorido, lo que corría peligro de damnificarse era el bolsillo del expresidente balear.

Antich dice que su partido comprenderá su huida del hemiciclo porque saben de qué pié cojea. ¡Que se lo pregunten a su pupila Armengol y a sus antiguos conmilitones nacionalistas! Inmediatamente de terminar el pleno en el Senado, bastantes de sus compañeros del grupo parlamentario estaban pidiendo su dimisión. ¡Si lo conocerán!

Un día aciago el del viernes pasado para la dignidad del militante que se vió tronchada con la deserción del senador Antich, como aquel cardo tártaro que le recordó a Tolstói la muerte de Hadji Murat.

*Exsenador socialista