Admirado por muchos, a la par que criticado por otros. Pero nadie puede poner en duda que la figura del juez Castro, a medida que ha ido pasando el tiempo, su nivel de popularidad va en aumento. Pero a pesar de ello, no es un personaje muy proclive a pronunciar discursos y mucho menos en público. Cuando tiene que decir algo, lo hace por escrito. Su condición de juez le obliga a escribir, más que a hablar.

Pero hay situaciones que merecen saltarse estas costumbres, sobre todo cuanto la ciudad donde naciste te concede el honor de nombrarte hijo predilecto. El Ayuntamiento de Córdoba ha querido rendir homenaje a uno de sus paisanos más populares, un juez que sentó en el banquillo a la Infanta Cristina, cuyo nombre no pronunció ayer en ningún momento, tampoco el de Nóos, en un dircuso en el que cargó irónicamente contra la "desaforada belicosidad" que sufrió durante la instrucción.

El juez Castro está a punto de colgar la toga, por cuanto el próximo mes de diciembre cumple 72 años y a esa edad la ley le obliga a jubilarse. Pero antes de irse, quiso ajustar cuentas.

El magistrado habló ante el público presente, entre las que había las primeras autoridades de Córdoba, como suele hacerlo habitualmente. Habló de una forma pausada, controlando el tono y sin pronunciar una sola palabra que no quisiera decir. Y no le hizo falta pronunciar un solo nombre para adivinar a quién se refería, hasta el extremo de que, con el arte de la ironía que tan bien maneja, se atrevió a dedicar el premio a "estas personas y altas instancias del Estado" que protagonizaron un "visceral ataque" contra su investigación, "usando recursos legales, pero estrenados para la ocasión, y otros resortes no tan legales, y arremetieron contra un acto de absoluta normalidad procesal para tratar de aplicar los beneficios de una doctrina ya aplicada a un banquero".

En su discurso dijo que el principal mérito que le hace merecedor de este reconocimiento como hijo predilecto de la ciudad de Córdoba es "haber sobrevivido a tanto desbarajuste, sin perder la compostura y créanme que a veces me ha costado trabajo", señaló. Como buen lector de novela de intriga, el juez, dirigiéndose al público presente en este homenaje, y de nuevo haciendo uso de la ironía dijo que "ya saben el final de la historia: el asesino no fue el mayordomo, tampoco lo fue la dama de llaves, sino que todo era motivado por el juez de instrucción". Sin duda, con estas palabras el juez se ganó al público asistente, que rompió en aplausos ante el discurso de su hijo predilecto.

Castro quiso dejar muy claro que representaba un gran honor que la ciudad donde nació, pero que abandonó hace tantos años para desarrollar su carrera profesional, le rindiera este homenaje. "Malo es hacer gala de una falsa modestia, que pone en entredicho a aquellos que te han otorgado este premio", señaló el juez.

"Creo saber porque estoy aquí, que es simple y es por una cadena de actos judiciales, en los que me he limitado a cumplir con la obligación que tiene un juez cuando aprecia indicios de criminalidad contra una persona", afirmó el magistrado.

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