Con las comunidades autónomas bajo apercibimiento de cierre patronal, es noticia que Francina Armengol concluyera su tediosa presentación del estado de la autonomía sin que los antidisturbios entraran a garrotazos en el Parlament, comandados por el caballo de Rajoy Pavía. La presidenta ha acabado su discurso sin violencia, lo cual tiene un doble mérito dada su maratoniana longitud. Ha detallado hasta la mínima incidencia de su Govern, una ensalada de cambios de bombillas que prohíbe extraer una conclusión. O que permite extraer cualquier conclusión.

Armengol está más cerca de Cataluña que de Balears, una desubicación que comparte hoy mismo con la mayoría de sus conciudadanos. Mientras repasaba los datos inocuos de la Orquestra Simfònica sin detenerse en los estudios corruptos encargados por su Govern al respecto, miraba por el rabillo del ojo a Puigdemont. Ahora mismo, la presidenta del Govern está obsesionada por el otro Govern de la Generalitat, y considera una distracción engorrosa el vademécum de preocupaciones domésticas del archipiélago.

Cataluña ha devorado la actualidad política con tal fuerza, que ni una consumada profesional como Armengol logra transmitir un átomo de emoción, al enredarse con la apasionante "modernización de la maquinaria industrial". Se sentiría más cómoda intermediando a los impermeables Rajoy y Puigdemont que aguardando las dentelladas de Company, el diputado que mañana desarrollará su única jornada laboral en lo que va de año. De todos modos, el problema de Armengol no se llama Company, sino Pedro Sánchez.

Armengol ha transmitido la impresión del ejecutivo agresivo, que está sumido en una fusión astronómica de empresas y que, al llegar a casa, se encuentra con la chiquillería demandándole soluciones a problemas escolares triviales como la saturación turística, los excesos demográficos, el nuevo auge de la construcción o la plaga del alquiler turístico. Qué le importan a ella los juguetes rotos de los niños, cuando se halla embarcada en la trascendental pacoificación de Cataluña. Por tanto, acalló cualquier intento de protesta doméstico con la versión socialista de "el turismo nos da de comer, así que comed y callad, malditos".

El discurso de Armengol es la primera prueba a domicilio de que La Moncloa ha agarrado el mapa autonómico, lo ha hecho trizas y lo ha arrojado a la papelera. La presidenta de Balears ha hablado desde la orfandad, en la confianza de que la atronadora orgía de datos acallaría el malestar de la ciudadanía ante un crecimiento estridente y desigual. La táctica del despiste no suele funcionar.