Hay quien piensa en cambiar el mundo y se cansa al minuto y medio de pensar en cómo, en qué, en cuándo, en dónde. En cambio, hay quien, simplemente, “hace”. “Hace” durante su día a día pequeñas acciones que crean “nuevas realidades”. El maestro y escritor César Bona, ampliamente reconocido en el mundo educativo por sus nuevas propuestas en este ámbito, explicó ayer que “el cambio empieza en uno mismo”. La realidad que una persona puede cambiar por sí misma, se refleja en los ojos de los otros, se transmite, se escucha y se comparte. “Escuchar y compartir”, verbos que, según Bona, requieren más presencia en las aulas.

Ayer se reunieron en la finca de Son Fortesa, en Alaró, cuatro activistas que presentaron sus “proyectos para el cambio”, en la decimotercera edición de los ‘Encuentros Camper’ que organiza la Fundació Educació per la Vida con la colaboración de la Fundación Camper. Este fin de semana, los activistas estarán en el encuentro ‘Terra, Ánima, Societat’ en el Claustre de Santo Domingo de Pollença, donde hay más de 400 personas inscritas.

Aunque los proyectos son diferentes, la base es común: intentar que la gente esté conectada, que se cree comunidad, que se estrechen las relaciones personales. “Que nadie se sienta solo nunca más”, es uno de los objetivos según Rob Hopkins, fundador del movimiento Transition Town, quien asegura que los frutos que da el proyecto son mucho más importantes que el proyecto en sí, ya que cada sitio tiene unas necesidades concretas. Este movimiento trata de “reimaginar y reconstruir el mundo”.

Funcionalidad del espacio

Reconstruir el mundo pasa por pensar si se explota toda la funcionalidad del espacio. Así lo comentaba Pam Warhurst, fundadora del movimiento Incredible Edible, para quien es muy importante enseñar el arte del huerto para mejorar la alimentación. Según Warhurst, hace falta cambiar la cantidad de espacios públicos que no son útiles, y que podrían ser mercados de frutas y verduras, trabajados y cuidados de manera voluntaria y para compartir. Un ejemplo del trabajo de Pam Warhurst empezó con esta pregunta a los dirigentes de un centro de salud: “¿Por qué hay tantos árboles que no dan frutos aquí al lado y luego hay que hacer campañas para que la gente tome conciencia de lo importante que es comer bien?”. Les hizo la propuesta de plantar árboles fruteros en el entorno del centro de salud, a lo que los responsables le respondieron que, mientras no tuvieran que pagar nada y hacerse cargo, hicieran lo que quisieran. “Y se hizo. Se quitaron las plantas que no daban comida y se plantaron manzanos. Eso demuestra que la gente común puede empezar el cambio para el futuro”. Una de las cosas que para Warhurst es clave, es que la gente deje de pensar que es una víctima, que no puede hacer nada para cambiar el mundo “porque el sistema es demasiado”. Al contrario, considera que todas las personas son héroes, ya que tienen la capacidad de cambiar su entorno, de crear esa “nueva normalidad”.

Y cambiar el mundo va, también, de hacerlo más bonito. Eso es lo que intenta la promotora del Crafttivist Collective, Sarah Corbett, quien prefiere el “activismo positivo” al “agresivo”. A partir del arte en miniatura, pretende enviar mensajes que despierten la sensibilidad de las personas, alimentando así el amor y la belleza. Corbett promulga que “si se quiere conseguir un mundo bonito y agradable, un activista tiene que hacer sus acciones bonitas y agradables”. Su movimiento, como casi todos, lo puede adoptar cualquiera desde su casa, solo hace falta imaginación, tijeras y telas o pinturas. El proceso de crear “algo bonito y con mensaje” puede servir incluso para calmar el estrés, para reconciliarse con el tiempo y quién sabe si, con resiliencia, también con el mundo.