Que el demonio hotelero no comparte sus beneficios con los trabajadores es un argumento recurrente que se desmiente solo. Durante los últimos cuatro años, cuando las empresas despedían y recortaban nóminas, la patronal hotelera pactó con los sindicatos aumentos anuales del 1,2 por ciento e invirtió en reformas 1.500 millones de euros que supusieron la contratación de 7.500 trabajadores. Mientras tanto, el conjunto de los asalariados de Balears sufría una de las mayores pérdidas de poder adquisitivo de España, de hasta el 4,5 por ciento. Y la temporalidad en los contratos cambiaba por completo el perfil del mercado laboral. Ahora, la misma patronal que representa a empresarios grandes, medianos y pequeños de Mallorca, según las críticas nada proclive a compartir beneficios, ha llegado a un principio de acuerdo para aumentar las nóminas de los 130.000 trabajadores del sector un 17% durante cuatro años más, lo que en el monocultivo económico de las islas tendrá un efecto que irá mucho más allá del propio ámbito turístico.
Se argumentará que si los hoteleros pactan subidas tan espectaculares en los convenios es que sus beneficios durante las últimas temporadas han sido siderales. No se tienen datos públicos de esas ganancias más allá de lo invertido en renovación de la planta hotelera. Sí en cambio del aumento de los precios de los establecimientos, un signo de la salud económica de las empresas, de un 12,5% durante 2016 y una previsión del 10% durante 2018, al menos en aquellos hoteles de la isla que se han modernizado. Otra cosa muy distinta es la planta obsoleta.
Ojalá otros sectores pudieran mejorar así las nóminas y las condiciones de sus trabajadores, aunque todavía sea necesario seguir llamando la atención sobre nichos de absoluta precariedad, como las camareras de piso, u otros trabajadores externalizados con condiciones decimonónicas y profundamente injustas.
