No hay negociadores entre bastidores para salvar en el último momento la situación con una solución política pactada. Los moderados hace tiempo que fueron expulsados de la escena, sustituidos por radicales incendiarios cargados de odio. Es la gran tragedia de esta crisis. Puigdemont es el iluminado que ha dividido la sociedad catalana y cree que solo responde ante Dios y la historia, el trastornado capitán de un referéndum que sabe que no se celebrará y dejará heridas incurables. Por eso mismo necesita inmolarse, convertir cada registro policial en una intervención de la autonomía y todas las acciones que se lleven a cabo por orden judicial en un atropello contra la democracia. La misma democracia y el mismo Estado de Derecho que tan poco le importaron al aprobar las leyes de la consulta.
Y mientras tanto, Rajoy... Rajoy, calla o repite lo mismo que dijo el día anterior y también el anterior. Incapaz de generar el más mínimo consenso, deja pasar el tiempo por si amaina, sumando cada día que pasa más adeptos a la independencia, y lo que es más grave, llevando la frustración y el desconcierto a miles de catalanes que no simpatizaban especialmente con la causa independentista pero que lógicamente no entieden la desproporción de las medidas policialesdesproporción de las medidas policiales tomadas en Cataluña a diez días del 1 de octubre.
En estas circunstancias tan poco favorables, un presidente del Gobierno que todavía no entiende lo que pasa se enfrenta solo a la mayor crisis institucional y territorial del régimen político salido de la Constitución de 1978. La única solución debería llegar del pacto, del compromiso para llevar a cabo sin demora una reforma de la Constitución que afecte al modelo territorial, la financiación y la Corona. Pero para esa empresa es necesario que vuelvan los moderados. Quizá sea ya demasiado tarde.
