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Opinión: Sin tiempo para la resurrección, por Mateu Ferrer

La sorpresa para nada se llama Sebastià Taltavull, cuyo nombre estaba cantado desde que pisó Palma hace un año, cuando vino a hacer de apagafuegos por el affaire de su antecesor Javier Salinas: el auténtico revuelo en las rectorías mallorquinas lo constituye la mitra para Antoni Vadell. El nuevo obispo ´llucmajorer´ es quien está llamado a pastorear en el futuro la diócesis de Mallorca; la operación de ayer solo abre formalmente el periodo de transición. En el calculado guión del Vaticano -que firman a medias sus protectores, los cardenales Juan José Omella y el mallorquín Luis Ladaria-, Vadell antes deberá curtirse en Barcelona, alejado de la ultraortodoxia del metropolitano Antonio Cañizares. Omella y Ladaria, ambos hombres del papa Francisco, están decididos a experimentar con la Iglesia de Mallorca alejándola del control valenciano. En la isla la institución no levanta cabeza desde que murió Teodor Úbeda. El episcopado de Taltavull retrotraerá a los católicos al mandato de quien se hizo enterrar en la capilla de Miquel Barceló.

Obispo y progresista son conceptos incompatibles, pero si de algo no peca el flamante pastor menorquín es de ser un carca. Populista y campechano, monseñor Taltavull se siente más cómodo en una tertulia de laicos sobre el celibato que celebrando una misa con los ´Kikos´. Si pudiera, el nuevo obispo de Mallorca daría la comunión con una simple estola, aunque luego le encanta lucir la casulla y el báculo ante los Reyes en la catedral.

Los capellanes de 70 años vibran con la venida de su colega de Ciutadella. En los meses que lleva reinando, nada indica que el nuevo obispo esté decidido a afrontar los problemas estructurales de la diócesis. Tampoco parece comulgar en exceso con los curas ´jóvenes´, los únicos que le sacarán adelante un proyecto diocesano; de haberlo, claro. Taltavull juega a contrarreloj, le conviene espabilarse si no quiere presidir el funeral por la Iglesia mallorquina.

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