La asistencia de Felipe VI a la manifestación celebrada ayer con un objeto sin concretar ha sido rebatida desde Madrid y Barcelona, con las perspectivas contrapuestas que incendian el debate nacional. El jefe de Estado no fue precisamente bienvenido en la capital catalana, pero es más importante reseñar que la inacción del Gobierno le obligó a manifestarse junto a personas que no le derrocharon una simpatía especial.

Rajoy ha obligado al Rey a acudir a la manifestación. La inhibición del presidente del Gobierno, desaparecido durante siete largas horas tras la matanza de la Rambla, ha comprometido al jefe del Estado. El Rey asumió ayer una parte de la bronca que correspondía al Gobierno, encajando gritos de “fuera, fuera”. Al margen de las críticas, la decisión de Felipe VI es corajuda y puede reportarle réditos en otras regiones.

La manifestación se desligó de cualquier pretexto pacífico antes de comenzar su recorrido. La presencia de banderas enconadas, con una abrumadora mayoría de esteladas, demostró que el zarpazo del terror islámico va a ser combatido desde este rincón de Europa con la estrategia de los reinos de taifas.

El divorcio radical retransmitido ayer desde el seno de la manifestación no aporta la mejor terapia contra el yihadismo. Las imágenes permiten concluir que Isis está más unido que sus rivales, pese a su desbandada actual en Irak y Siria. Un espectador del Estado Islámico, organización especializada en el tratamiento mediático de sus atentados, debió sentirse satisfecho sobre los efectos de la carnicería de la Rambla a diez días de distancia.

La escisión es tan irreversible que se falsificó la cabecera de la manifestación. No se colocó en primera fila a los servicios de atención social para celebrar su labor tras los atentados de La Rambla, sino para disimular la presencia de políticos de ambos bandos. En vez de un reconocimiento, se recurrió a la utilización de escudos humanos para camuflar una hostilidad irreconciliable. Para un defensor del laicismo en franco retroceso, sorprende que las intervenciones que cerraron el acto incluyeran a la representante de una organización de cariz religioso, por supuesto musulmán. Por lo visto, los atentados de Isis han dañado la imagen del cristianismo.

Dado que urgen los mensajes positivos, la irrupción a gritos de la política favorece la normalización del drama, implica la superación del trauma del atentado. Si la herida social fuera tan profunda, no se hubiera reconvertido la manifestación indefinida de ayer en una Diada a medias, un preludio del 11-S que llevaba incorporado su oposición interna. Por ejemplo, Soraya o Rajoy sufrían un abucheo cerrado, con el matiz de aplausos menos vigorosos y la visión aliviada en lontananza de alguna bandera española. Para juzgar el peso proporcional de las muestras de apoyo y de rechazo, la vicepresidenta se montó en su coche oficial antes de que finalizara el acto.

El recibimiento a Rajoy y sus ministros aporta otra prueba de que la inacción del Gobierno ha tenido un desenlace inesperado. La pregunta no es solo si al jefe del ejecutivo le asiste la razón en el contencioso con Cataluña, sino si se está empleando con la intensidad y habilidad suficiente para defender sus tesis. Un atentado islamista, que debió erosionar a la Generalitat, ha reforzado el independentismo. El Gobiernol tiene que neutralizar ahora a un Puigdemont aplaudido ayer ante el mundo entero por sus conciudadanos.

Rajoy sigue a rajatabla la consigna de Marco Aurelio, ocuparse en estar desocupado. Por falta de iniciativa propia o por inspiración de algún adjunto, se convenció o lo convencieron de que el atentado de La Rambla doblegaría a la Generalitat. La Moncloa calculó que el Govern catalán imploraría la ayuda de las policías estatales, para resolver un atentado en cuya matriz anida un error flagrante de los Mossos. Rajoy también confiaba en que Puigdemont renunciaría desolado al referéndum.

Ha ocurrido exactamente lo contrario. Madrid se ha replegado para proteger a Rajoy, pero la prensa extranjera se ha dado cuenta de que Cataluña ha actuado con autonomía completa. La merecida leyenda negra de los Mossos han caducado. Su desidia el día anterior del atentado, en el chalé de Tarragona, se ha corregido por un argumento muy sencillo. Han ganado la batalla de la modernidad, han ofrecido la imagen de una policía distinta.

El eslogan “No tinc por” ha gozado de una vida breve. Ni siquiera puede considerarse que haya definido la manifestación de ayer, sellada por el enfrentamiento entre Gobierno y Govern, con un apoyo preferente de la multitud a sus representantes locales. En cuanto a la distorsión del acto de solidaridad tras los atentados, para transformarlo en un movimiento contra la venta de armas a Arabia Saudí, los manifestantes pueden adoptar una decisión concreta. No consumir petróleo de países árabes, viajar a pie.