Nada más previsible que la agenda de un turista de borrachera en Mallorca. Poco que ver y qué hacer. La playa es el prólogo y la fiesta el objetivo de un viaje que se emprende con la expresa intención de beber hasta que el cuerpo aguante. Peleas, hurtos, borracheras, prostitución y consumo de drogas condimentan las noches más etílicas del verano mallorquín.

Los dos centros neurálgicos del desmadre, separados por 32 kilómetros, se vertebran en torno a unas pocas calles en las que no falta de nada para satisfacer todas las necesidades de estos incómodos visitantes, ahora también para los hoteleros que durante años han hecho negocio con ellos.

Los dos corazones del turismo de borrachera laten con vigor en el agosto mallorquín y se diferencian escrupulosamente por nacionalidades: alemanes en los aledaños del Balneario 6 de la Platja de Palma y británicos en la calle Punta Ballena de Magaluf.

Solo ´Despacito´ desentona en el monopolio musical germano que suena a todo volumen en el Bierkönig -traducido por ´Rey de la Cerveza´-. Retumban machaconamente los grandes éxitos de Alemania ante el entusiasmo de la parroquia, que pasadas las 22,30 horas abarrota el local de referencia de la noche etílica de la Platja de Palma. Incluso tienen un himno cuyo estribillo es toda una declaración de intenciones: "A la mierda, Mallorca es solo una vez al año".

Los germanos, mayoritariamente veinteañeros, se suben a las mesas y taburetes para corear sus himnos favoritos, las pantallas gigantes retransmiten en diferido un partido entre el Leipzig y el Bayern de Múnich y gigantescas pajitas sobresalen de los cubos de cerveza que consumen en grupo.

Es imposible dar dos pasos sin tropezar con algún cliente haciendo eses, abatido por el exceso de alcohol y desorientado en la gigantesca sala. Chicos y chicas lucen el bronceado ganado en la larga jornada playera, y con el paso de los minutos y las canciones van cayendo derrotados por los excesos etílicos. Algunos duermen la mona en un taburete y otros se tambalean haciendo esfuerzos por sostenerse en pie. Un olor a cerveza, vómito y sudor lo invade todo.

Fuera, en la célebre calle del Jamón y alrededores, las prostitutas son una presencia constante. La mayoría de ellas son africanas y se abalanzan sobre los jóvenes ebrios ofreciéndoles sus servicios o buscando sus carteras. También lo hacen los vendedores ambulantes, que enseñan su mercancía mientras acercan una mano a los bolsillos ajenos buscando móviles y carteras.

Los hurtos son casi rutinarios en este microcosmos en el que no se ve presencia policial. También el sexo. Pasada la medianoche la playa se llena de parejas que se ocultan detrás de los montones de hamacas dispersos por la arena para mantener relaciones. A menudo son las prostitutas que, a falta de un sitio más discreto, se llevan allí a sus clientes.

El Balneario 6 de la Platja de Palma es un lugar consagrado al alcohol. A lo largo del paseo marítimo se alinean grupos de jóvenes que hacen botellón. Apenas disimulan pese a que está prohibido. Y abundan los comercios abiertos toda la noche en los que se puede comprar todo tipo de bebidas.

A cien metros del Bierkönig se levanta el MegaPark, uno de los emblemas de Bartolomé Cursach que este verano ha seguido con su actividad pese a que el empresario de la noche está encarcelado. Es otro trozo de Alemania en la milla de oro del turismo de borrachera de s´Arenal, un monstruo de cartón-piedra y tres alturas que ofrece a su público todo lo que demanda: un buen chute de adrenalina nocturna y alcohol por un tubo. Literalmente. Las camareras avanzan entre las mesas sirviendo cilindros gigantes llenos de cerveza, ginebra, whisky, ron y vodka.

La madrugada avanza y es hora de visitar Punta Ballena, sinónimo de todos los excesos asociados a la noche. Las dos calles en las que se amontonan pubs, prostíbulos y licorerías han dado fama internacional a la zona. Este pequeño enclave de Magaluf gana detractores a golpe de peleas, pero sigue siendo un reclamo irresistible para jóvenes británicos que disfrutan en un parque temático dedicado al alcohol, el sexo y las drogas.

La bienvenida es hostil. "¿Dónde vais con la cámara de fotos?", pregunta el relaciones públicas de uno de los seis prostíbulos de Magaluf con orden de cierre del Ayuntamiento de Calvià. El local funciona a pleno a rendimiento.

Aquí sí hay vigilancia. Agentes de la Policía Local y la Guardia Civil patrullan Punta Ballena y sus aledaños para tratar de prevenir los altercados que forman parte del paisaje habitual de la zona.

Abundan los locales de tatuajes. Según publicó hace una semana el rotativo ´The Sun´, los jóvenes británicos coronan sus noches de desfase tauándose la frase ´Yo robé a Madeleine McCann´. "Es un puto bulo, largaos de aquí", responde secamente la trabajadora de uno de estos locales que hacen caja marcando a clientes en estado de embriaguez.

Las prostitutas, también africanas, se echan encima de cualquier potencial cliente que pasa en estado de embriaguez. Es decir, casi todos. Por la calle de Punta Ballena desfilan jóvenes que gritan, se insultan, beben y bailan en la puerta de los locales. "¿Dónde está mi camiseta?", pregunta aturdido un joven que solo lleva un bañador.

La calle termina en la playa. Allí las luces de neón dan paso a la oscuridad y varios jóvenes encuentran el refugio perfecto para drogarse. Uno de ellos esnifa una raya de cocaína en la pantalla de su teléfono móvil.

Todo en Punta Ballena se sostiene sobre un delicado equilibrio. La mezcla de alcohol, drogas y calor es explosiva, y planea la incómoda sensación de que en cualquier momento puede prender la mecha.

El consumo de estupefacientes causa estragos. Tres jóvenes sin camiseta se suben a un contenedor y empiezan a proferir gritos. Se bajan y prosiguen su camino con la mirada extraviada.

"¿Sabéis dónde puedo conseguir marihuana? Necesito un porro para dormir", balbucea un chaval con muchas dificultades para sostenerse en pie. La respuesta es negativa. "Que os jodan", espeta. Son las tres y los británicos empiezan a desfilar hacia sus hoteles. Punta Ballena se prepara para otra dura resaca.