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Análisis

Nadie se acuerda de los mallorquines

En la isla de los excesos, de los récords de turistas, de las grandes fortunas navegando en yate y de los rescates millonarios de obras públicas, nadie se acuerda de que aquí vive gente. Gente que trabaja, que se encarga de los servicios fundamentales y que hace que la cosa ruede, pero que cada vez tiene más dificultades para acceder a una vivienda digna.

Los constructores superaron la crisis en el sector gracias a los incentivos que se dieron para ampliar y reformar hoteles, pero son conscientes de que ese filón se acaba, y no hay una alternativa a la vista.

Los ayuntamientos llevan décadas pecando de una clamorosa falta de previsión. No hay reservas de suelo para construir viviendas de protección oficial, y los pocos solares disponibles se venden a unos precios tan escandalosos que solo resultan rentables si se levantan promociones de lujo.

Y mientras tanto, nadie hace nada. Los representantes públicos se pierden en debates bizantinos sobre si la situación se puede denominar o no emergencia habitacional,y entre tanto, los residentes, la gente normal a la que en teoría representan, no pueden comprarse un piso decente para vivir. No hay una estrategia, ni el menor amago de buscar una solución. Háganse a la idea de que estamos muy solos.

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