El proyecto científico Human Brian Mapping dedican sus esfuerzos a explorar el cerebro y tratar de entender cómo funciona con neuroimágenes. Un mapa cerebral que marque las rutas, que muestre qué conecta con qué, que dé claves del porqué de las conexiones y modificaciones.

Y para estudiar determinados cambios los músicos son considerados uno de los mejores modelos biológicos, ya que muestran las consecuencias de exponerse a un entrenamiento sensoriomotor prolongado. Y sí, los estudios hechos hasta ahora prueban que los cerebros de los músicos son otra historia.

Lo comprueba Anna Zamorano, fisioterapeuta, doctora en neurociencia y miembro del grupo de investigación en Neurociencia Cognitivoafectiva y Psicología Clínica de la UIB. En su tesis, defendida el año pasado, Zamorano intentaba averiguar por qué los músicos profesionales tienen una prevalencia tan alta de síndromes dolorosos. Y es que ocho de cada diez músicos sufre dolor.

¿Será por la postura? La postura tiene parte de la culpa, señala Zamorano, pero no toda. "La literatura científica indica muy claramente que detrás del dolor crónico hay cambios en la plasticidad cerebral (en su capacidad para adaptarse y representar los cambios que supone la experiencia)": ¿Suceden esos cambios en las cabezas de los músicos?

En el primer estudio emprendido por esta investigadora se centró en medir la sensibilidad al dolor en los músicos y sí, se comprobó que los músicos son más sensibles que los no músicos.

Incluso los músicos que en principio no están aquejados de dolor crónico: su respuesta al dolor es igual que la de pacientes con este síndrome (que ya se ha visto que implica un cambio en la plasticidad del cerebro). Primer indicio de que en los cerebros de las personas que tocan instrumentos o cantan también cambian su plasticidad.

Llegada a este punto, Zamorano realizó, en colaboración con investigadores de la Universidad de Tübingen en Alemania, un segundo estudio para determinar si además de sentir más el dolor, los músicos perciben mejor su propio cuerpo, sus estímulos internos. Por ejemplo: el latido cardíaco.

Se preguntaba a los participantes si su latido estaba sincronizado o no con el sonido de los electrocardiogramas (el 'pi pi pi' que se escucha en las películas de hospitales). Los investigadores manipulaban ese pitido para que a veces estuviera sincronizado y otras veces no. "Era muy difícil de detectar", indica Zamorano. Pero aun así, los músicos solían acertar y en mayor medida que los legos musicales. Y a más años de experiencia en música, más habilidad tenían para detectar su ritmo cardíaco y decir si estaba sincronizado.

Quedó probado pues que tienen más sensibilidad a los estímulos de su propio cuerpo: tocar un instrumento o cantar a nivel profesional altera la percepción del propio cuerpo ya que supone una gran entrada de estímulos motores y sensoriales que generan un incremento de la actividad cerebral en áreas como la corteza auditiva, la somatosensorial y la motora.

Y empezó el tercer estudio, cuyas conclusiones han sido recogidas en un artículo recientemente publicado en Human Brian Mapping y realizado en colaboración con la Universidad Ramon Llull y la Universidad Aarhus (Dinamarca).

Esta tercera investigación explica cómo la práctica musical implica un aumento de las conexiones de la ínsula (una de las regiones más importantes en la percepción de la conciencia corporal y el dolor) con otras regiones cerebrales.

A través del uso de la resonancia magnética funcional se observó que los músicos tienen más conexiones entre la ínsula y regiones relacionadas con la detección y procesamiento de estímulos; el procesamiento de información y el control; así como con el sistema de recompensa y procesamiento emocional. De nuevo, los músicos con más experiencia mostraron muchas más conexiones.

Aprender un idioma es otro ejemplo que produce cambios en la plasticidad cerebral, pero en el caso de la música la baza añadida es que entran en juego múltiples estímulos sensoriales a la vez: el sonido del instrumento; el tacto (de las puntas de los dedos sobre las cuerdas o las teclas o en la boca si son de viento); el movimiento del brazo...

Terapia

¿Y todos estos estudios, para qué pueden servir? La lista de beneficios probados de la música es larga, pero se puede añadir uno más: tocar un instrumento aumentará las conexiones de la ínsula.

Este hecho puede utilizarse en la musicoterapia y podría ser de utilidad ("de momento solo es una hipótesis", alerta la investigadora) con enfermedades que tienen que ver con problemas de consciencia corporal y disfunciones en la ínsula, como por ejemplo un ictus, la esquizofrenia o el parkinson.

Asimismo, al saber que los músicos profesionales tienen más posibilidades de sufrir dolor, podrían plantearse cuanto antes medidas preventivas para prevenir que el dolor no aparezca.

¿Cómo? Mejorando las condiciones de la práctica musical, tanto en Conservatorios como orquestas o bandas profesionales. Dentro de la enseñanza musical, dice la investigadora, no suele incluir asignaturas que abarquen el conocimiento del cuerpo, el control psicomotor, la fisiología, la biomecánica del cuerpo, así como conceptos básicos de psicología y neurociencias para aprovechar otras herramientas del cuerpo que no sean solo repetir y repetir movimientos.

Estos conceptos no suelen darse en las enseñanzas musicales, pero el Conservatorio Superior de Balears lo hace ya que ofrece una asignatura de conciencia corporal a los cantantes y a los alumnos de jazz. Lo sabe Zamorano de primera mano porque ella es la profesora: "Tengo la suerte de aplicar lo que voy aprendiendo,y ¡vemos los resultados!", aplaude la fisioterapeuta, que sin embargo señala que "queda mucho por hacer".